«Un gran error es arruinar el presente, recordando un pasado que ya no tiene futuro»

Nathan corría por las húmedas calles de un pequeño pueblo de Florida, bajo una lluvia todavía suave, pero que pronto daría lugar a una torrencial tormenta. Su ropa negra estaba totalmente empapada y su respiración se convertía más pesada a cada paso que daba. Ni una solo alma transitaba la calle a esas horas de la madrugada... y eso le reconfortó.
Abrió la puerta de su coche y se introdujo en él con un ágil salto. Tras apoyarse sobre el volante, dejó que toda la rabia e impotencia acumulada se fugara de su cuerpo mediante lágrimas. Clavó sus uñas en el cuero del volante mientras maldecía a gritos... mientras se maldecía a si mismo por lo que acababa de hacer.
Inclinó el retrovisor hacia él y observó con detenimiento su rostro. Dos brechas ocupaban su cara, una en la ceja derecha y otra en el labio. Ambas desprendían un fino hilo de sangre que, junto a las gotas de agua, deslizaban por su piel. No se reconocía a si mismo en el espejo. Aquel hombre que veía no era el Nathan que él conocía. Se había dejado llevar por la ira y ahora estaba entre la espada y la pared.
Tras comprobar que ningún coche transitaba alrededor, Nathan encendió el motor y apretó el acelerador con todas sus fuerzas. Corría por las pequeñas y estrechas calles de aquel pequeño pueblo de Florida, haciendo que sus neumáticos hicieran un desagradable ruido al deslizar por el húmedo asfalto. Miles de ideas afloraban en su cabeza como pequeños dardos venenosos, mientras que una mezcla entre el remordimiento y la paz se adueñaba de su consciencia. Se dejó llevar por su mente, divagando sobre las causas que le habían llevado a estar en la situación en la que se encontraba.
Cuando dejó de lado sus pensamientos y se concentró de nuevo en la realidad, se encontró a si mismo conduciendo por la larga y basta autopista principal, que se encontraba totalmente desierta. Miró su reloj y este marcaba las 01:55 de la madrugada. Se le acababa el tiempo. Encendió la radio y pasó varias emisoras hasta que finalmente encontró la que le interesaba. En ella, se escuchaba una excéntrica canción de Electro. Nathan subió el volumen al máximo, hasta tal punto que sentía sus tímpanos a punto de colapsar y puso toda su atención en la carretera.
Las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas, a la vez que la roja sangre se introducía en su boca, impregnando su lengua del amargo sabor a hierro. Un enorme relámpago inundó el nublado cielo, permitiendo a Nathan ver que su objetivo se encontraba demasiado lejos.
Corría a la máxima velocidad que su Audi A6 le permitía alcanzar, sin tener en cuenta que en cualquier momento sus ruedas podrían deslizar y tener un duro accidente. Pero nada de eso le importaba, tenía en mente cosas mucho más importantes.
Y de pronto, la excéntrica y alterante música electrónica dio paso a un incómodo silencio. Ni un ruido salía ya de la radio... Aunque estaba encendida y seguía teniendo el volumen al máximo, la emisora estaba sumida en un silencio total y absoluto. Ante esto, Nathan dio un brusco frenazo y se detuvo a un lado del arcén.
- ¡Joder!- gritó golpeando el volante.
Colocando las manos sobre su rostro, apoyó todo su peso en el asiento... ya no había nada que hacer. Con los ojos cerrados, rebuscó en su bolsillo derecho del pantalón y sacó de él un cigarro y un mechero. Tras colocárselo en los labios y encenderlo, le dio una profunda calada, aguantando todo el humo en su boca para después ir soltándolo poco a poco por su nariz. Con su mundo derrumbado ante sus pies y con la certeza de que su vida ya no valía nada, Nathan se dio el lujo de fumarse lentamente un cigarro. Con la lluvia cayendo violentamente contra la tapicería del coche y su mente bombardeada por todo tipo de pensamientos, Nathan daba pequeñas caladas al cigarro. No hay mayor quietud que la del ojo del huracán.
Aquel día más que nunca pudo apreciar el amargo y seco sabor del tabaco, inundando su boca y olfato. Tras muchos años de vicio y dependencia, tuvo asco de aquel sabor y lo retiró de su boca con una mueca de desagrado. Miró detenidamente la encendida colilla durante algunos segundos, pensando en que momento de su vida había empezado a fumar. Finalmente, dejó caer la collila sobre el asiento de copiloto, sin preocuparse por apagarla, para después abrir la guantera. Tuvo que indagar poco en ella para palpar el frío metal de su pistola.
Desabrochó su cinturón y con la pistola en la mano salió del coche, dejándose mojar todavía más por la ya intensa tormenta. Abrió sus brazos en cruz y elevó el rostro hacia el cielo, entregándose a si mismo a la lluvia, dejando que el agua limpiara las heridas de su rostro y de su alma.
Y cuando se vio preparado, se sentó sobre el capó de su coche y tras mirar por última vez al horizonte, colocó el firme cañón sobre su sien.
Cinco segundos después, Nathan Summers disparó la pistola, acabando con su propia vida.
19 HORAS ANTES
Cuando acabó su horario de trabajo, Nathan salió del edifico de audiovisuales y entró en su coche para volver a casa. Trabajaba en una radio local de lunes a viernes, de doce de la noche a siete de la mañana. Era un buen dj y disfrutaba de su trabajo. A aquellas horas de la mañana a penas podían verse por la carretera a los madrugadores que iban en dirección a su trabajo y Nathan llegó pronto a su casa, que estaba a poco más de cinco minutos del edifico de audiovisuales. Entró en el hogar con cuidado, tratando de hacer el mínimo ruido posible, ya que su mujer Emma todavía dormía a esas horas. Se asomó al dormitorio matrimonial y la vio allí, envuelta entre las sábanas. Se desvistió y se coló en la cama. Acarició las caderas de su mujer lentamente para despertarla y luego comenzó a besarle el cuello. Pero esta, como acostumbraba a hacer, se apartó de Nathan con un suspiro y le dio la espalda.
- Llevamos tres semanas sin hacer nada.- dijo Nathan.
Emma no contestó. Resignado, salió de la habitación y se dejó caer en el sofá del comedor. Durante los últimos dos meses su matrimonio con Emma había comenzado a apagarse lentamente, como un llama que derrite la cera. Empezaron a distanciarse, a no hacer planes juntos y no tener a penas relaciones sexuales. Por más que se esforzaba, Nathan no hallaba un por qué. Quizás los diez años de relación, que comenzaron cuando a penas eran mayores de edad, se habían convertido monótonos. Y la monotonía es un ácido que corroe lentamente las relaciones. Ni siquiera discutían, su relación verbal era nula. Nathan pensaba que quizás su amor se había descafeinado, de tanto usarlo lo desgastaron. Pero en el fondo de su corazón, como una señal de instinto animal, sospechaba que Emma estaba recibiendo cariño de otras manos. Aquella sospecha llevaba semanas rondando en su cabeza como un trozo de comida incrustado entre los dientes.
Para Emma no sería para nada difícil hacerlo, pensaba Nathan. Él se tiraba la noche entera fuera de casa y durante ese tiempo ella estaba sola. Más de una vez se planteó poner cámaras en casa o acudir de imprevisto, pero le parecía que aquello rozaba lo enfermo. Pero Nathan no podía vivir con esa incógnita y estaba dispuesto a averiguarlo.
La tarde anterior, antes de entrar a trabajar, quedó con su amigo John, el único que conservaba de la etapa de adolescencia. Estuvieron hablando sobre el tema y John trató de tranquilizar a su amigo diciéndole que seguramente sería una mala etapa pasajera que pronto acabaría. Le recomendó hacer cosas en pareja que nunca hubieron hecho como ir a esquiar, a un parque de atracciones o alguna cosa de ese estilo. A Nathan le pareció una buena idea y se lo agradeció a John. Desde que se conocían le había demostrado que era alguien de quien podía atender consejos.
Nathan salió de la quedada con John lleno de ideas y aventuras que hacer con Emma, pero aquel último rechazo le quito todas las ganas que tenía.
Tumbado en el sofá, se pasó toda la mañana frente a su portátil, creando una sesión de música que esa misma noche colocaría en su mesa de mezclas. Jamás había hecho eso, ya que siempre mezclaba manualmente las canciones y hacia los efectos él mismo, pero aquella noche necesitaba que la música sonara por si misma.
Emma se fue a trabajar sobre las cuatro y media y Nathan aprovechó para descansar en su cama después de la larga noche de trabajo. Cuando se despertó, ya eran las once y media de la noche. Se vistió lo más rápido que pudo y se fue a toda velocidad al edificio de radio.
Se presentó a la audiencia como solía haced y comenzó su sesión nocturna. Estuvo una hora más o menos haciendo las mezclas manualmente, pensando en todo momento en lo que iba a hacer aquella noche. Era algo descabellado, pero su corazón le pedía a gritos que lo hiciera. Cuando el reloj de su móvil marcaba las una y media de la noche, Nathan colocó en la mesa de mezclas el cd que había preparado aquella mañana y le dio a reproducir. Tenía aproximadamente media hora para ir a su casa y volver antes de que el contenido del cd se acabara.
Salió del edificio asegurándose de que nadie le viera y entró en su coche. Condujo rápido hasta su casa y aparcó un par de calles antes, para que Emma no le escuchara llegar. Caminó por la acera al trote hasta llegar a su rellano e introdució las llaves lentamente. No usó el ascensor, subió los dos pisos a pie para ser lo más sigiloso posible y al llegar a su puerta, la abrió con muchísimo cuidado. Una vez dentro, la cerró con la misma cautela y comenzó a andar por el pasillo.
Todas las luces estaban apagadas y al estar también todas las persianas bajadas, la casa estaba sumida en una auténtica oscuridad. Conforme Nathan se acercaba a su dormitorio, eran cada vez más reconocibles unos jadeos y gemidos procedentes desde el interior. Colocó la oreja contra la madera de la puerta y lo que escuchó no dejó lugar a dudas. Los gemidos eran obvios y podían escucharse a los tablones de la cama chirriar.
Nathan dejó caer su espalda contra la pared y mordió sus nudillos. Llevaba semanas sospechando sobre aquello y ahora que lo había comprobado, no sabía que hacer. Pensó en largarse de allí y no saber nada más de ella. Económicamente le iba bien y no le importaba perder sus cosas. Se buscaría otro piso donde vivir y empezar de cero. Y estuvo a punto de hacerlo, pero cuando estaba a mitad pasillo, dio media vuelta y se lanzó de cabeza al dormitorio. Debía saber con quien le estaba siendo infiel.
Al entrar de golpe, lo que vio Nathan le heló la sangre. Emma estaba galopando frenéticamente a un hombre y al verle entrar, los gemidos fueron sustituidos por un gritó de pánico. Emma se apartó del hombre y se tapó con las sábanas. Pero cuando Nathan se fijó en el hombre, el corazón le dio un vuelco. Allí estaba John, buscando desesperado sus calzoncillos con su cara surcada de nervios.
Después del duro impacto emocional, Nathan comenzó a sentir una creciente rabia, que se manifestaba como un tremendo ardor en su pecho y sienes. John se levantó ya con los calzoncillos puestos y se acercó a Nathan pidiendo calma con sus manos, mientras Emma seguía cubierta hasta las cejas por el edredón.
- Tranquilo tío... ¿Vale? Esto tiene una explicación.- dijo John acercándose poco a poco.
Nathan no escuchaba lo que salía de los labios de su supuesto amigo. La rabia se había apoderado de él.
- ¿Podemos ir a hablar al comedor?- preguntó John tocando el hombro de Nathan. Este le empujó y le propinó un duro puñetazo en la mandíbula que hizo a John trastabillarse.
Antes de que John pudiera recuperarse del primero, recibió un segundo puñetazo que lo desequelibró todavía más. Por desgracia, John tropezó con las sabanas y cayó torpemente, golpeando su cabeza contra la mesita de noche. Quedó en el suelo con ambas manos sobre su cabeza, de la que no dejaba de brotar sangre desde una profunda brecha.
En ese momento, cuando vio a John sobre un espeso charco de sangre, Nathan sintió como todo el enfado se esfumaba de su cuerpo y el alma se le cayó a los pies. Se agachó junto a John y le agarró la barbilla con ambas manos, pero su mirada estaba perdida en algun punto del techo. El golpe contra el fornido mueble había sido tremendo y seguramente había fracturado su cráneo. Nathan no dejaba de gritar el nombre de John y de sacudir su cuerpo, pero este poco a poco se fue desvaneciendo, hasta que sus pupilas se contrayeron y su respiración se detuvo. Estaba muerto.
Nathan dejó el cadáver en el suelo y se alejó con lágrimas. Miró sus manos llenas de sangre y después miró a Emma. Esta estaba aterrorizada, con el teléfono móvil en la mano, que no dejaba de temblarle.
- ¿Qué haces?- preguntó Nathan con un hilo de voz.
Emma no contestó, se quedó mirándole con un rostro de puro terror.
- Ha sido un accidente.- dijo Nathan tartamudeando.- No quería hacerlo. Suelta el móvil.
Desde el otro lado de la línea, una ronca voz masculina preguntó cual era la urgencia y antes de que Emma pudiera hablar, recibió un manotazo en el brazo que le hizo perder el móvil. Nathan lo chafó y se hizo añicos bajo su pie.
- ¡Asesino!- gritó Emma revolviéndose en la cama.
- Te van a escuchar los vecinos, por favor...- contestó Nathan llorando.
- ¡Socorro! ¡Ayu...
Nathan cogió un cojín y se abalanzó sobre Emma, tapando su rostro con él. Dejó caer todo su peso en el cojín, obstruyendo la respiración de Emma, que movía sus brazos y piernas de forma agónica. Las uñas de Emma encontraron el rostro de Nathan y le arañó la cara brutalmente, haciéndole heridas en la ceja y en el labio.
Poco a poco, los movimientos de Emma fueron debilitándose, hasta que finalmente sus brazos cayeron en cruz sobre la cama y sus piernas quedaron colgando.
Nathan se levantó horrorizado y soltó el cojín, dejándolo encima del rostro de Emma. No se atrevía a destaparlo. La había matado. Su cuerpo y mente estaban bloqueados mientras observaba el cuerpo desnudo de su mujer sobre las sabanas blancas, inerte y apagado. Se pasó así más de dos minutos, de rodillas, hasta que su mente volvió a la realidad y reaccionó. No podía quedarse allí, debía irse. Miró el reloj, todavía quedaban poco menos de diez minutos para que el cd se detuviera.
Salió a toda velocidad a la calle. Había comenzado a llover. Si llegaba al edificio de radio antes de que el cd finalizara, aquello le serviría como coartada. Debía llegar antes de que eso ocurriera, si no la emisora quedaría en silencio y quedaría delatado ante la policía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario