sábado, 2 de diciembre de 2017

LIBERTAD

Me desperté con un dolor increíble en las sienes, como si alguien estuviera presionando ambos lados de mi cabeza. La quemazón subía por mi garganta y tenía la boca seca, no podía ni siquiera tragar saliva. Miré el despertador de la mesilla, eran más de las cuatro. No recordaba a qué hora me había acostado, así que decidí que lo mejor sería levantarme. Me di una ducha muy caliente y empecé a sentirme mejor.

Después de vestirme, me quedé sentado en una de las destartaladas sillas de la cocina y me invadió una ola de recuerdos. Sara correteando por el pasillo con su muñeca, Aris tocando la trompeta, María cocinando cualquier cosa rápida para cenar… y más tarde las discusiones con ella, cómo descubrió todos mis trucos: los caramelos y los botecitos de colirio dejados por todas partes, las tazas de dudoso contenido que subía al estudio, todo.

Decidí comer algo antes de irme a recoger a Aris y Sara para que pasaran el fin de semana conmigo. Otro fin de semana de fingir que todo iba bien, de esconderme. Y en ese momento decidí que me merecía un trago para armarme de valor. Vodka con hielo. Cuando noté   que empezaba a marearme ligeramente, decidí que era el mejor momento para parar. Escondí la botella encima de la nevera y cogí las llaves del coche.

Al llegar al garaje vi que el coche tenía una abolladura que no había visto aún. No me acordaba de cuándo se había producido. Siempre pasaba lo mismo: después de una borrachera me despertaba en casa sin saber cómo había llegado o me despertaba en el coche porque no había sido capaz siquiera de salir de allí. Otras veces la ropa que llevaba estaba sucia y no era capaz de identificar el origen de las manchas. Otras veces había objetos rotos por toda la casa. Me encogí de hombros, me metí en el coche y arranqué.

Llegué a la nueva casa de mis hijos, un piso en el centro de otra ciudad. No podía subir a recogerlos, la zorra de mi exmujer había conseguido una orden de alejamiento. Dejé escapar una risa entre dientes. Poco después vi cómo se acercaban hacia el coche. Sara venía con una sonrisa y un libro bajo el brazo y Aris con su habitual aire precavido. Me apeé del coche para ayudarles con las maletas.

En cuanto empezó la marcha, la ira me invadió y perdí el control del volante. Oí como mi coche impactaba uno de los coches que estaban aparcados en la acera. Con un poco de suerte, no se habrían dado cuenta. Vi como intercambiaban una mirada y murmuré:

-        Lo siento chicos, me he distraído un momento.

Conseguimos seguir y Sara no paraba de hablar sobre el estúpido colegio, sus amigas, el libro que estaba leyendo. Sentí náuseas. Al poco tiempo, Aris me dijo:

-         Papá, tranquilo, no hace falta que corras tanto, no tenemos prisa.

Fue como despertar de un sueño. Miré el cuentaquilómetros: 140. Tampoco era para tanto. Además, cómo se atrevía a hablarme de esa manera, yo era perfectamente capaz de conducir, así que le contesté:

-          ¿Acaso quieres conducir tú?

Detuve el coche en seco, provocando que las ruedas chirriaran en contacto con la calzada.
Aris miró a su hermana y le dijo:

-          Sara, bájate del coche.

Ella le obedeció. Cogieron las maletas y empezaron a andar por el arcén. Aquello era increíble. Noté como la rabia corría dentro de mí, un cosquilleo que subía desde las palmas de mis manos.

-         ¡Haced el favor de subir al coche! – bramé

Ellos parecieron ignorarme y siguieron caminando. Llegué hasta el pueblo más cercano, a unos dos minutos de allí, aparqué en la parada del autobús y me bajé del coche. Los vi llegar unos minutos después. No sabía cómo iba a convencerles de venir conmigo, pero sabía que debía hacerlo.

-          Vamos, dejémonos de tonterías. Subid al coche, prometo que conduciré más despacio.

-          Vete papá, no vamos a subir al coche, estás borracho – respondió Aris sin mirarme.

-         ¡Os digo que vengáis!

Vi que Sara titubeaba, pero su hermano la cogió de la mano con firmeza. La ansiedad empezó a subir por mi pecho hacia mi garganta. Intenté acercarme a ellos, pero di un traspiés y ellos empezaron a retroceder. Me quedé parado un momento, esperando a que mi alrededor dejara de dar vueltas. Después me di la vuelta lentamente y empecé a andar hacia el coche.

-         Haced lo que queráis, es vuestra decisión.


Subí al coche y me alejé de allí a toda velocidad. Al llegar a casa, rescaté la botella de vodka de encima de la nevera, me serví una copa y me senté a la mesa de la cocina. Y sentí alivio. Quizá nunca tuviera que volver a verlos, quizá ya no tendría que volver a esconderme y fingir. Ahora estaba solo, por fin estaba solo de verdad. Cogí el vaso, examiné su contenido y lo apuré hasta el final. 

Julia Sanchis Moratal

1 comentario:

  1. Hola!! Muchas gracias por pasar por mi blog!! Por mi parte ya te sigo!! y me quedo por aquí!
    Dejo mi blog por si alguien mas gusta pasar! http://thesnowbook.blogspot.com.ar/
    Nos leemos♥

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