martes, 12 de diciembre de 2017

ÚLTIMO RELATO

"Un olor puede cambiarnos la vida"

Siempre fui un chico de ciencias, mi mente trabajaba en armonía con la física, la química y las matemáticas; había dedicado toda mi etapa educativa a su estudio y perfección, pero a 15 días de empezar mis estudios en la facultad de medicina hice la locura de traspasar mi matrícula a filosofía.
¿Por qué? Me preguntaréis. Mi sueño era estudiar medicina, dedicarme a salvar vidas. Había estudiado mucho para sacar la nota necesaria en el examen de ingreso a la universidad y fue justo ahí cuando mi mente cambió.
Hice los exámenes de ingreso en la facultad de filosofía y desde el momento que entré por la puerta un olor invadió todo mi ser, se apoderó de mí, entro por mis fosas nasales hasta quedarse impregnado en mi cerebro, en mis manos, en mi piel, en mi ser, pero sobretodo en mi memoria.
Libertad fue lo que olí, os lo juro no estoy loco, pura libertad. En cada rincón, en cada libro que abría, en cada aula, en cada columna, todos y cada uno de los aspectos de esa facultad olía a libertad. Las escasas tres horas que pasé metido en esas cuatro paredes fueron y serán las tres horas más bonitas de mi vida, ahí me di cuenta de lo que realmente quería era asistir a esa facultad, oler diariamente todos sus recovecos y en definitiva: Ser tan libre como el olor que respiraba.

Y así fue como repentinamente acabé estudiando filosofía y ¿sabéis que? No me arrepiento de nada. Cada día, cada segundo que pasaba ahí era más feliz que el anterior. Aprendí que no solo la facultad huele a libertad sino que hay muchas cosas que también huelen a libertad: Como el libro que me compré en aquella tienda del centro, los bancos recién pintados, la madera de la barandilla de la escalera que daba al despacho del decano, la hierba mojada con su implacable olor que se deslizaba por mi ventana, esa colonia que olía a mi abuelo, el olor de las galletas que me hacía mi madre cuando era pequeño… Era libre, hasta creo que yo mismo olía a libertad algún día que otro.
Es curioso como toda tu vida puedes estar convencido de algo, poner la mano en el fuego por ello, tener una fe ciega en ello y un día llega algo o alguien para hacerte cambiar de parecer, para hacerte dar cuenta que realmente eso no es lo que querías, que existen otras alternativas, otros caminos. Es curioso como algo tan simple y tan efímero como es un olor, que viene y va, puede hacerte cambiar de forma de pensar e incluso cambiar tu vida, el curso de tu vida, lo que vas ha hacer con tu vida. Es algo indescriptible.

Pasaron las semanas y los meses como segundos en el reloj, y yo seguía impregnado, enamorado del olor a libertad. Cada día desde el primer al último segundo que pasaba entre sus muros, sus clases y sus pequeños recovecos. En este punto de la historia tal vez penséis que me encontraba en una especie de éxtasis, de enamoramiento profundo e incondicional con mi facultad, que no había nada ni nadie que me gustará más que aspirar ese olor todos los días… Bueno pues no, pero casi. No me malinterpreteis, en esa época hasta yo hubiera puesto la mano en el fuego convencido por esa idea, pero mi facultad volvió a enseñarme lo maravillosa que puede llegar a ser.
Bajé las escaleras del segundo piso dirigiéndome a mi cuarta clase del día y justo cuando estaba a punto de abandonar el ultimo escalón, en el momento mas inesperado, volví a oler ese olor. El olor a libertad volvió a inundar mis sentidos. Cerré los ojos e inhalé ese aroma dejando que me embriagara, aspirando hasta la última gota de su esencia, pero esta vez fue diferente, el olor se movía. ¿Cómo era eso posible? Abrí los ojos y hallé la respuesta. Esta vez el olor no procedía de ningún mueble o columna, de ningún fenómeno meteorológico, de ningún libro o cosa alguna, esta vez el olor venía directamente de una persona.
Ella andaba con paso firme y decidido camino al segundo piso, ignorante de la sensación que acababa de producir en mi, me quedé exhausto, inmóvil. Era la primera persona en mi vida que encontraba que olía a libertad.
Me giré, observándola a unos escasos dos escalones y sin pensar en las consecuencias, sin pensar en lo que podría pensar de mi le solté: "Hueles a libertad".
Se giró, extrañada, me mantuvo la mirada durante varios segundos hasta que decidió marcharse. Y así como vino el olor a libertad se fue.

Por suerte del caprichoso destino no fue la última vez que la vi, averigüé que estudiábamos en la misma facultad e incluso compartíamos varias clases. Siempre me situaba varias filas por detrás suya donde el olor a libertad era más notable, la observaba sin decir ni una palabra, hasta el día que por fin reuní el valor necesario para hablar a la que se había convertido en la musa de mis días.
Como es de suponer me disculpé por nuestra muy extraña primera toma de contacto, tampoco quería que pensara que soy un bicho raro. Pero después de eso hablamos, hablamos mucho, al principio de cosas triviales, sin fundamento, pero después de asuntos más personales y profundos.
Poco a poco el olor a libertad se incentivó y encontré en ella la verdadera definición de mi propia libertad, era simple: Mi verdadera libertad era ella.

Pronto las hojas empezaron a caer de los árboles. Septiembre, otoño, mi cumpleaños.
Ese 12 de septiembre me dirigí a mi pupitre en mi primera hora del día como acostumbraba a hacer,  pero algo distinto sucedía. Ella estaba a mi lado y en cuanto me acomodé en el asiento sacó lo que parecía un frasco de colonia envuelto de una bolsa.
"Feliz cumpleaños, toma para que tu también huelas a libertad"
Desde ese momento comprendí que el afecto que le tenía no era meramente por amor al sentido olfativo y desde ese día decidí hacer mía la libertad

Selli

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