Relato “La guerra en las estrellas”
Prólogo
¡Evacuación inmediata! ¡Esto no es un simulacro!
¡Debemos salir de aquí! ¿Qué hacemos? ¡Estamos atrapados, ayuda! Lyor… Lyor ¡Lyor!
¡LYOR!
Sus ojos se
abrieron de golpe y trató de levantarse de un salto, pero unas manos lo
sujetaron de los hombros, obligándolo a quedarse donde estaba. Forcejeó con
aquel individuo desconocido, presa de la confusión.
—¡Lyor, cálmate,
soy yo! —le dijo una voz. Así que quien yo lo llamaba no era un recuerdo del
pasado, sino alguien presente—. ¡Soy Geris! Sabes quién soy, ¿verdad?
Lyor cesó el
forcejeo al escuchar aquel nombre. Conocía aquella voz. Era su mejor y único
amigo, que lo estaba ayudando, como siempre había hecho.
Parpadeó un par
de veces y miró lentamente a su alrededor, escudriñando el terreno: se
encontraban en un bosque frondoso, donde los árboles lo ocultaban todo más allá
de los seis metros y cuya oscuridad que los rodeaba se mostraba más misteriosa
que peligrosa. Nada que ver con la terrible batalla espacial en la que estaban
envueltos hacía… ¿cuánto tiempo llevaría dormido?
—Geris… ¿Qué ha
pasado?
—Logramos
escapar, aunque de momento. Atravesamos la fisura dimensional y vinimos a parar
aquí. Después, la flota reapareció al otro lado dispersada; nuestra nave estaba
ya herida de muerte, de modo que escapamos en las cápsulas de escape. Tú habías
recibido un duro golpe durante el descenso por las turbulencias al entrar en la
atmósfera, y ahora estamos aquí. Ya estamos intentando comunicarnos con los
grupos que han logrado escapar.
Lyor miró detrás
de su amigo: un grupo de unos treinta soldados estaban con ellos, mirándolos
atentamente mientras trataban establecer contacto con fuerzas aliadas con un
trasmisor de alta frecuencia. No pudo evitar sentir vergüenza consigo mismo por
haber despertado de aquella manera delante de sus subordinados.
—Bien —por fin pudo
levantarse del suelo. Su cuerpo le dolía horrores, por lo que crispó
ligeramente el rostro al sentir algunas punzadas, pero no se preocupó de que lo
viesen sus soldados, pues su casco ocultaba completamente su rostro—. Debemos
ponernos en marcha. ¿Sabemos qué planeta es este?
—Negativo, este
planeta es totalmente desconocido. Ni siquiera figura en los mapas estelares.
Parece ser que nadie había cruzado o visto siquiera esa fisura dimensional que
hemos traspasado. Estamos totalmente ciegos aquí.
Lyor suspiró
profundamente.
—Vale… ¿y los
delvanianos? ¿Sabemos si están buscándonos?
—Ellos nos
persiguieron a través de la fisura, pero creo que también se han dispersado
involuntariamente. No sabemos si alguna de sus naves ha acabado cerca de aquí.
—Bueno, algo es
algo. Como sea, debemos avanzar, y cuanto antes mejor.
Con una sola
orden, los demás guerreros phoenixcianos formaron en un solo grupo compacto y
siguieron a Lyor a través del bosque.
Aun así, el
comandante no podía evitar preguntarse si este planeta estaría vacío… o habría
alguien ahí fuera, probablemente espiándolos desde su inoportuna llegada.
Capítulo 1
Una hora después. Por la tarde. Huso
horario desconocido.
No tardaron mucho
en establecer contacto con un grupo amigo que había aterrizado en las
inmediaciones del lugar del siniestro del acorazado en el que habían llegado.
Ya que Lyor era la persona con mayor rango, les ordenó que analizaran los daños
de la nave de guerra y recuperaran cualquier cosa o persona que pudieran servirles.
Cuando estuvo a
punto de cuestionarse cuándo saldrían de aquel bosque, sus dudas quedaron
disipadas en el preciso instante en el que desembocaron en un claro. Sin
embargo, surgieron otra docena de dudas. En el mismo instante que habían
entrado en el claro, el aire se había tornado sorprendentemente cargado, hasta
el punto de que daba la sensación de que costaba respirar. Pero ahí no
terminaban las rarezas: no corría ni una brisa de aire, aun cuando el lugar
estaba cubierto por nubarrones de color carmesí. Aunque ya había visto esas
mismas nubes en otra decena de planetas, había algo en aquel lugar que le
inquietaba.
—Señor, mire
allí. Hay una casa —le indicó Geris, señalando al frente.
Siguió con la
mirada la dirección en la que le había dicho. Efectivamente, a unos cuantos
cientos de metros, había una mansión vallada.
—Vayamos a ese
lugar.
—Lyor —su amigó
posó una mano sobre su hombro y le habló en voz baja para que nadie los
escuchara—. ¿Seguro que es una buena idea? Este lugar resulta… extraño.
—Geris, este
planeta es totalmente desconocido. Cualquier cosa que veamos aquí será extraña
para nosotros. Y ahora vayamos a esa mansión.
***
Tardaron otros siete
minutos en llegar hasta allí. Mientras se aproximaban, escudriñaban
constantemente los escáneres integrados en sus cascos, buscando cualquier señal
biológica que pudiera suponer una amenaza, sin ninguna anomalía. Todo a su
alrededor se mostraba ante ellos fríamente silencioso, incluso demasiado para
unos soldados como ellos.
Llegaron hasta la
verja que separaba aquella misteriosa estructura del resto del mundo. Lyor se
adelantó e intentó abrir la puerta con cuidado, pero esta se resistió. No
satisfecho con eso, desenfundó su pistola y voló la cerradura ante la mirada
sorprendida de todos los demás, pero no le dijeron nada al respecto.
Se internaron en el
patio, empedrado con losas talladas y desprovisto de cualquier inmueble. La
mansión, en cambio, estaba cargada de ornamentación que le daba un aire a una
época pasada, muy anterior a los ojos de los que habían llegado del espacio.
—“Me pregunto de
qué milenio será esta vivienda”
—pensó Lyor para sus adentros.
—No parece que
haya nadie… quizás está abandonada —dijo Geris, aunque sostenía con fuerza su
rifle. Lyor no culpaba la inseguridad de su segundo al mando ni la de sus
subalternos. Incluso él estaba en cierto modo nervioso.
Desvió su mirada
hacia los ventanales, en busca de señales de vida ocultas tras las sombras del
interior del edificio. Nada, aparentemente.
—Eso parece,
Geris. Entremos.
Abrieron el portón
con el mismo método que la verja y se adentraron. La oscuridad cedía ante la
tenue luz que se filtraba por la entrada conforme la abrían. Lyor avanzó tres
pasos y se detuvo: al mirar alrededor, vio que el vestíbulo estaba tan bien
adornado como la fachada, e igual de desierta. Cuatro estatuas flanqueaban las
dos escaleras de mármol que daban a los pisos superiores, y estas mismas
escaleras bordeaban una segunda puerta doble, también custodiada por
esculturas.
—Entremos todos.
—¿Dejamos la
entrada sin vigilancia? —inquirió Geris arqueando una ceja, a pesar de que no
pudiera ver su gesto a través del casco.
—Lo mejor será
que no nos separemos; ya conozco cómo sigue
la historia.
Entraron los treinta
y dos guerreros al vestíbulo y cerraron la puerta sin cerradura en la medida de
lo posible. Lyor avanzó con pies de plomo, mirando a todos lados y con el rifle
preparado, y tras él los demás. Abrieron la segunda puerta, que daba a un largo
pasillo adornado únicamente por una alfombra roja y unos viejos candelabros, y
al fondo otra puerta.
—“Esto va a ir
para largo…”
***
Con la máxima
precaución y coraje que pudieron reunir, inspeccionaron la mansión sala a sala.
En una de ellas, encontraron una serie de cuadros dispuestos únicamente en la
pared derecha. Se trataban de retratos.
—Pongámosles
rostros a sus dueños de una vez.
Se aproximaron a los
cuadros, y se sorprendieron más de lo que les cabría admitir: en ellos
aparecían figuras que vestían de forma ostentosa de una especie que conocían
vagamente.
—No es posible…
¿Terranos? —Lyor se volvió hacia Geris—. ¿Estamos en el planeta Tierra?
Su amigo se encogió
de hombros.
—No creo. Aunque
hayamos traspasado una fisura dimensional, este planeta no figura en ningún
mapa. A menos que sea una colonia terrana, no deberíamos estar en su mundo. Sin
embargo… su semejanza es cuanto menos sorprendente.
—Una cosa es
bien clara: son, o eran, humanoides, como nosotros —pasearon lentamente,
observando cada uno de los cuadros. Todos seguían el mismo patrón respecto a
sus protagonistas… hasta que llegaron a los cuatro últimos. En ellos, Lyor se
detuvo en seco.
—¿Qué ocurre,
señor? —preguntó Geris al ver que se había detenido.
—Fíjate en las
fechas de estos últimos cuadros.
Geris observó la
pequeña placa que marcaba las fechas en cada uno de los cuadros y sintió un
ligero escalofrío en su espalda. En los cuatro retratos, la fecha de defunción
de sus protagonistas era exactamente la misma, incluso el día: 6/8/1645
—¿Qué demonios…?
—Todo apunta a
que aquí ocurrió una gran desgracia, seguramente fueron asesinados. Aunque me
pregunto quién pondría estos retratos… —comparó los cuadros. Los dos situados
al lado derecho eran de un hombre y una mujer, mientras que los de la izquierda
mostraban a dos muchachas de cuerpo entero, por lo que dedujo que se debió de
tratar de una familia.
Sin saber muy bien
por qué, su mirada se detuvo en los dos retratos de la izquierda. Se aproximó a
ellos casi de forma instintiva bajo la mirada confusa de su amigo y algunos
soldados. Saltó con la mirada de un cuadro a otro. A juzgar por los rasgos
físicos plasmados en la superficie pictórica, debieron de ser hermanas. Sin
embargo, había algo que resaltaba demasiado: la palidez de sus pieles con
respecto a las anteriores figuras. Y había más: la muchacha que parecía ser la
hermana mayor, retratada en el último cuadro, tenía el cabello corto de un tono
azul claro, a diferencia de su hermana menor, que era largo y oscuro. Aunque no
sabía mucho sobre los terranos, no había oído hablar de que hubiera especímenes
humanoides con un cabello tan peculiar como el de la primera, al menos no en
una época tan arcaica. Aunque, por otro lado, seguramente se trataba de otra
especie totalmente distinta, y la idea de que tuvieran algunos genes distintos
respecto a los terranos era más que plausible.
—“Joder, la
palidez de estas mujeres es más bien enfermiza. Me pregunto si comerían bien
estos alienígenas” —frunció los
labios al pasear la mirada por el cuerpo de… ¿cómo se llamaba esta mujer? Bajó
un poco la mirada. Scarlet era su nombre. Igual que su mujer…
—¿Lyor?
—Perdona. Estaba
sumido en mis pensamientos. Sigamos.
Abandonaron la sala y
se adentraron en una nueva. El techo en esta nueva estancia estaba mucho más
elevado con respecto a las anteriores, y se apoyaba sobre grandes columnas de
mármol. Una alfombra roja reposaba en el centro de la habitación y escalaba por
unas pequeñas escalinatas hasta llegar a dos grandes sillas que se asemejaban a
unos tronos. El grupo se aproximó a ese lugar con máxima cautela.
Y un estridente
sonido rompió abruptamente el sepulcral silencio. Se trataba de una nota grave
de piano. Todos se sobresaltaron y clavaron los pies al suelo, mirando en todas
direcciones con sus armas en alto.
—¿¡Quién cojones
ha tocado algo que no debía!?
—¡Nadie, señor!
Estamos los treinta y dos aquí… —se escuchó otra nota tenebrosa que ahogó las
palabras de Geris, y esta vez daba la sensación de que se había escuchado más
cerca.
—¡No os mováis
ni un centímetro! —rugió de nuevo Lyor.
—¡No nos estamos
moviendo, señor! —replicó una soldado.
El lugar volvió a
sumirse en un inquietante silencio. No había ningún piano, y tampoco parecía
haber alguna losa que fuera una plataforma que accionara un mecanismo oculto,
por lo que aquellos sonidos sólo podían significar una cosa.
—No estamos
solos en esta mansión —sentenció Lyor escudriñando las sombras que los rodeaban
al mismo tiempo que los sensores, en busca de señales.
—Eres perspicaz
—dijo de repente una voz femenina que retumbó por toda la sala, lo que puso a
los phoenixcianos en guardia—. De modo que tenemos intrusos.
Lyor miró a los
alrededores con mayor velocidad, sin ver a nadie. Tampoco detectaban nada. ¿De
dónde procedía aquella voz?
—Sé que estás
ahí. Muéstrate de una vez —mintió descaradamente Lyor.
Una risita
maliciosa se hizo escuchar.
—Si así lo
deseas… aquí estamos.
Al denotar la
diferencia de distancia de la voz, dio media vuelta hacia las sillas, que era
la dirección de donde procedía. No pudo escapar de su asombro al ver a dos
mujeres jóvenes sentadas allí mismo. No existía una explicación lógica que
pudiera esclarecer que no hubiesen visto o localizado a aquellas mujeres antes.
Y para añadir más confusión a la situación, Lyor se percató de inmediato de quienes
eran.
—Si no lo veo,
no lo creo… Son las hermanas.
—¿Las de los
cuadros?
—Joder, ¿Es que
no las ves? —dijo entre dientes, aferrándose con mayor fuerza a su rifle.
Las hermanas iban
ataviadas de los mismos vestidos ostentosos de faldas algo abombadas, tan
típicos de la antigua aristocracia. La más mayor portaba uno de color rojo, y
su hermana menor, de blanco. Sus pieles eran casi tan pálidas como la nieve.
Sin embargo, los ojos no eran verdes como aparecían representados en los
retratos, sino que mostraban un tono escarlata amenazante.
Lyor tragó algo de
saliva. El hecho de que hubiesen ocultado ese detalle en los autorretratos no
podía suponer nada nuevo.
—¿Quiénes sois?
—les interrogó.
La mujer del vestido
rojo rio por lo bajo.
—Me sorprende
que preguntes eso cuando ya sabes mi nombre, pero no eludiré tu cuestión. Me
llamo Scarlet, y esta es mi hermana María —apoyó ligeramente su cabeza sobre su
mano izquierda—. Sin embargo, deberíamos ser nosotras quienes hiciéramos las
preguntas, ¿no crees?
De repente, surgieron
de las sombras ocho figuras cubiertas por grandes corazas de caballeros. Los
phoenixcianos se percataron de inmediato y tomaron posiciones defensivas.
—¡Estamos
rodeados! —advirtió un soldado.
Lyor miró a los
lados. Tampoco habían detectado la llegada de estos individuos, por lo que
tendrían que tener las mismas características que ellas. Miró de reojo a Scarlet; seguía sentada en su “trono”,
mirándolos fijamente con aquellos ojos carmesíes, y con una sonrisa malvada
dibujada en su rostro. Esperaba que
atacaran a sus guardianes.
—Bajad las
armas.
—¿Señor?
—inquirió sorprendido Geris mirándolo por encima de su hombro, sin dejar de
apuntar a sus hostigadores.
—He dicho que
bajéis las armas. ¡Bajad las armas de una vez!
Poco a poco, los
soldados le obedecieron, no sin dejar de aferrarse con todas sus fuerzas a sus
rifles. Geris se posicionó a su lado, intentando protestar, pero Lyor lo
interrumpió levantando ligeramente una mano.
—Algo me dice
que estos seres no son comunes, ni siquiera en este mundo.
—Muy astuto,
líder de los intrusos.
—Mi nombre es
Lyor.
Scarlet amplió aún
más su sonrisa.
—Muy bien, Lyor;
acabas de evitar momentáneamente la masacre de todos tus guerreros… por el
momento —se levantó de su silla y descendió elegantemente por las escalinatas,
y su hermana justo a su lado. Avanzaron hasta situarse a tan sólo unos pocos
centímetros del comandante. Este se percató entonces de la gran diferencia de
estatura entre él y los de aquella especie humanoide: le sacaba tres cabezas a
la hermana mayor.
—Supongo que
debemos estar agradecidos —dijo con ligero sarcasmo. No era apropiado pasarse
de listo ahora. Entonces ideó una pregunta para dar la vuelta a la tensa
conversación—. No sois humanos,
¿verdad? —inquirió usando aquel término tan primitivo de otras especies.
—¿Qué crees tú?
—era una pregunta mas bien retórica, pues mostró sus dientes mientras sonreía,
dejando ver unos colmillos inusualmente extensos.
—“Maldición, no
me digas…” —poco había escuchado sobre el folklore humanoide, pero en muchos
relatos de distintos mundos hablaban de unas criaturas cuyas características
eran idénticas a los seres que habitaban aquella mansión—. Poco sé sobre
vuestra raza, pero he oído que poseéis una gran fuerza física… y que drenáis la
sangre de vuestras víctimas. Incluso he leído en algunos escritos que usais
algo llamado “magia”.
Geris miró
sorprendido a Lyor por tener conocimiento de esas cosas, y luego con temor a
las mujeres.
—Vaya, me
sorprende que un alienígena sepa tanto sobre nosotros. Quizás, después de todo,
os dejemos con vida ¿Qué dices, hermana?
—Creo que
deberíamos darles una oportunidad. Al fin y al cabo, no parece que hayan venido
a nuestro planeta por gusto.
—Así es. Nos
perseguían nuestros enemigos y hemos venido a parar aquí. Aun así, no tenemos
pensado quedarnos mucho tiempo, así que no pretendemos perturbar vuestra…
vuestro hogar.
—Está bien —hizo
una señal a los guardianes acorazados, y estos volvieron a fundirse con las
sombras—, pero con una condición.
—¿De qué se
trata?
—Si en alguna
ocasión solicitamos tu presencia en nuestra casa, tendrás que venir solo, y sin
armas.
La sola idea de
volver a adentrarse en aquel lugar en solitario, y conociendo ahora la
naturaleza de sus habitantes, era más bien terrorífica. Pero no tenía más
remedio; si se oponía y era verdad lo que decían los escritos, serían
exterminados en segundos.
—Está bien… solo
espero que no os excedáis con vuestra imposición.
Scarlet volvió a
emitir una risita y lo miró fijamente a los ojos, ocultos tras el visor de su
casco.
—No te
preocupes, Lyor. No haya nada que
temer.
—“Sí, ya me
gustaría” —apretó los dientes.
El soldado que
portaba el transmisor estableció contacto en ese momento.
—Señor, siento
interrumpir, pero hemos establecido contacto con el grupo del crucero. Dicen
estar a menos de un kilómetro de nuestra posición.
—Será mejor que
salgáis a reuniros con los vuestros —dijo Scarlet—. Podéis asentaros frente a
nuestro hogar, pero recuerda: solo tú puedes entrar, nadie más.
—Está bien…
Sargento, diles que estamos yendo a su encuentro.
Se alejaron a paso
ligero, movidos más por el deseo de salir cuanto antes de allí que por
encontrarse con sus compañeros. Mientras Geris intentaba convencer a su
comandante de que claramente era una trampa, las hermanas miraron en momentáneo
silencio cómo se marchaban.
—Ese hombre,
Lyor… —dijo de pronto María—. Siento algo… extraño en él.
Scarlet la miró con
el ceño algo fruncido, intrigada.
—¿De qué se
trata?
—No es que posea
algún tipo de magia, pero da la sensación de que oculta algo… aunque puede que
sea una mera suposición.
—Bueno… —clavó
sus ojos escarlatas resplandecientes en la espalda del comandante y sonrió—,
por algo hemos puesto nuestra condición.
Capítulo 2
Al día
siguiente. Antigua mansión. Huso horario desconocido.
Durante la noche
y la primera mitad del día siguiente, los phoenixcianos establecieron su
campamento a las afueras de la mansión. Frecuentemente, Lyor miraba los
ventanales de esta, tratando de encontrar a aquellas hermanas tan siniestras. A
cada hora que pasaba, la idea de que no lo llamaran pesaba más sobre su
conciencia. Pero tampoco se dejaba engañar; tarde o temprano, aprovecharían su
imposición, por algo lo habrían hecho.
En el momento en
que empezaba a atardecer, apareció de pronto uno de los guardianes en el
campamento. Su aparición repentina suscitó el nerviosismo en todos.
—Nuestra señora
solicita su presencia de inmediato, alienígena —dijo nada más apareció Lyor a
tranquilizar a sus soldados.
Geris lo miró y
le negó con la cabeza, pero este aceptó la “invitación”, aunque no de buena
gana.
***
Siguió a aquel
guardián hasta por los pasillos de la mansión sin intercambiar una sola
palabra, aunque tampoco lograría nada haciéndolo, reflexionó el comandante.
Llegaron hasta una puerta, donde se encontraba María esperándolos pacientemente.
—Buenas tardes,
señor Lyor.
—Señorita María
—hizo un ligero gesto de reverencia agachando la cabeza. Supuso que así eran
las tradiciones arcaicas humanoides—, ¿Quería hablar conmigo?
—Es mi hermana
la que está interesada. Te espera dentro.
—Bien —tragó
ligeramente saliva y abrió con cuidado la puerta, sin dejar de mirar de reojo a
la hermana pequeña, aunque ella hacía lo mismo con él.
En el interior
de la sala, había un par de muebles, una antigua armadura protegida tras una
vitrina y una mesita con una bandeja, dos copas y dos pequeñas jarras. Había
dos sillas dispuestas una frente a otra, y Scarlet permanecía sentada en una de
ellas.
—Buenas tardes,
Lyor. Toma asiento, por favor —el phoenixciano obedeció con cautela.
—¿Y bien? Espero
que esto no se alargue mucho; mis soldados estarán preocupados por mí.
—Oh, no se
preocupe. No tengo pensado contenerlo mucho tiempo. Pero vayamos a lo que nos
concierne… —volvió a mirarlo fijamente—. ¿Podrías quitarte el casco, y así
poder vernos cara a cara?
No muy seguro de
si sería una buena idea, desactivó los mecanismos que adherían el casco a la
armadura y lo dejó sobre la mesa, dejando ver su rostro. Sus ojos grises se
cruzaron directamente con los escarlatas de aquel ser, y se sintió aún más
inseguro que antes, si cabe. Ella por su parte se mostró satisfecha.
—Vaya, como ya
suponíamos, eres una especie de humano venido de otro mundo, a juzgar por la
forma de tu cuerpo. Siempre había creído que éramos únicos en nuestra especie,
bueno, más bien la especie humana que habita este mundo.
—¿No te
consideras humana? —arqueó una ceja.
Ella volvió a
pronunciar una pequeña risa.
—En absoluto.
Cómo ya comprobaste en el pasillo de los cuadros, mi hermana y yo “morimos” el
mismo día que nuestros padres… pero en realidad no fue así, claro.
—¿Qué quieres
decir? ¿Sois una especie de… muertos vivientes?
—Se nos ha
calificado de muchas cosas: muertos vivientes, criaturas de fantasía,
monstruos… pero no, no somos no-muertos. Simplemente fue una transición a otra
forma de ser. Aunque claro, no fue… agradable.
—¿Sería
desconsiderado si te pidiera que me contases qué ocurrió? Es una pregunta que
llevo dándole vueltas desde que vi aquellos cuadros.
Scarlet arqueó
ligeramente las cejas, ciertamente sorprendida ante la curiosidad de aquel
alienígena.
—No, no pasa
nada, estaré encantada. Ponte cómodo —carraspeó antes de comenzar su
narración—. Hace muchos años, las criaturas a las que los humanos denominan
“vampiros” no eran más que bestias que no se regían por nada más que su propio
instinto que suponían una grave amenaza para todos.
“En una ocasión,
una de esas bestias decidió irrumpir en nuestra mansión. Acabó con la vida de
nuestros padres, pero a mi hermana y a mí sólo nos drenó la sangre hasta que
estuvimos a punto de morir, seguramente porque ya no tenía más apetito. La
transformación fue rápida e indolora. Nuestra carne se tornó pálida como la de
nuestros padres asesinados y nuestros ojos rojos como la sangre que impregnaba
nuestros vestidos. Antes incluso de llorar a nuestros padres, le dimos una muerte
horrible a aquella bestia gracias a nuestra nueva fuerza.
Sin embargo,
ahora éramos como ellos, y para añadir más sal a la herida, los humanos tenían
pensado organizarse para exterminar a todos los vampiros de la faz de este
planeta. Teníamos que hacer algo. Y nuestra solución fue civilizar a las
propias bestias, a nuestra “nueva raza” para sobrevivir, con la esperanza de
que en el futuro podríamos convivir con los humanos pacíficamente. La tarea más
ardua fue aplacar la sed de sangre, tan poderosa como cuando un humano necesita
beber agua. Ya que aquellos que han sido convertidos en vampiros adquieren la
capacidad innata de usar sus poderes psíquicos o “magia”, pudimos crear un
inhibidor que disipara casi al completo esa necesidad. Además, el hecho de que
nunca envejecemos fue clave para situarnos desde el principio en el poder y
mantenernos en él a lo largo de los años.
Pasaron los
años, y mi hermana y yo pudimos crear una raza inteligente gracias a nuestros
esfuerzos que podía medirse con los humanos, por lo que tratamos de realizar un
pacto con el rey del país contiguo a nuestro Estado. Fue un fracaso. Y lo que
es peor, los humanos, arrogantes como tanto les caracteriza, decidieron que era
la hora de borrarnos del mapa para siempre. La guerra que siguió fue cruenta:
esa armadura que hay detrás de mí la utilicé durante el conflicto. Incluso en
las situaciones más desesperadas dábamos rienda suelta a nuestra maldición,
aniquilando a todos aquellos que querían exterminarnos… hasta que por fin los
humanos vieron que no podían ganar la guerra, y comprendieron que desde que,
mientras nosotras ostentáramos el poder sobre los demás vampiros, podrían
dormir algo más tranquilos conviviendo con nosotros. Y así ha sido durante
cientos de años.”
Lyor se quedó
pasmado por la historia. Aquella mujer y su hermana habían erigido de la nada
una raza inteligente por su cuenta, y habían sobrevivido a una guerra contra
todo un mundo. Una situación muy similar a la de su especie…
—Esa es mi
historia… —Scarlet denotó que aquel hombre aparentaba estar muy tranquilo—. Me
sorprende que no me temas, sabiendo de mis capacidades.
—¿Por qué lo
dices?
—Bueno… si
quisiera, podría convertirte en uno de los míos… —desapareció de pronto de su
sitio y reapareció justo detrás de él, posando sus manos extremadamente frías
en sus mejillas. Lyor tensó todo su cuerpo ante el repentino acercamiento de
aquella mujer, pero procuró no ponerse a la defensiva. Al cabo de un par de
segundos, Scarlet terminó la travesura y volvió a su lugar de la misma forma
que había desaparecido—. Y, sin embargo, no has tratado de defenderte. Parece
como si estuvieras muy seguro de ti mismo.
Lyor se relajó y
carraspeó antes de continuar.
—Eso es porque
soy un soldado. Si tienes dudas en una guerra, estás muerto. No es algo
particular.
—Concuerdo con
eso, pero intuyo que hay algo más.
—¿Qué insinúas?
—Creo que hay
algo que no quieres decir, algo que ocultas al mundo… Me gustaría que lo
compartieses conmigo. Es cierto que siento curiosidad por vosotros, los
phoenixcianos, pero sobre todo por ti en concreto. Algo que das por sentado que
nadie sabrá, y por eso precisas de esa autoconfianza.
Lyor cogió una
jarra y llenó su copa de agua con el ceño algo fruncido. Creyó que habría vino
o, mejor dicho, sangre, el líquido carmesí favorito de aquellos seres.
—No se muy bien
de qué estás hablando, no tengo nada que ocultar. Sólo soy un comandante
phoenixciano que proviene de otro planeta, y que estamos huyendo de nuestros
enemigos… —fue a coger su copa, pero Scarlet se la arrebató con un movimiento
grácil.
—Eso es algo que
ya sabemos; sin embargo… —se acercó la copa a los labios, pero cuando parecía
que iba a tomar un sorbo, se mordió el dedo índice de su mano libre, y ante la
estupefacción de su invitado, dejó que fluyera una gota de sangre hasta que
cayó dentro de la copa; al entrar en contacto con el agua, esta se tiñó de rojo
por completo, transformándose así en vino. Luego, la pequeña herida sanó a una
velocidad de vértigo. Todo gracias a su magia. Si era otra de sus
demostraciones para impresionarlo, le había bastado con su primer movimiento—.
Mi hermana cree firmemente lo contrario.
Scarlet sorbió
un poco de aquel supuesto vino. Lyor por su parte reflexionó que tal vez había
hecho todo eso para intimidarlo, para mandarle un mensaje de que, si ella
quería algo, lo obtendría. Y buscaba su pasado, como Geris hace un año...
—Mira, Scarlet,
yo… —de pronto, el transmisor de muñequera empezó a emitir un ligero pitido.
Geris intentaba comunicarse con él—. Perdona un segundo. Al habla Lyor. ¿Qué
ocurre, Geris?
—¡Malas
noticias, señor! ¡Los delvanianos están aquí! ¡Están entrando en la atmósfera!
Scarlet observó
cómo reaccionaba el comandante al saber que sus perseguidores los habían
encontrado, bastante desinteresada en los motivos de su huida. Pero en ese
momento su manera de ver aquella situación cambió drásticamente. El rostro de
Lyor se había tornado sumamente sombrío, y además, por alguna razón que ni
siquiera ella misma podía explicar, percibía una especie de aura que embargaba
al alienígena. Una sensación oscura que había comenzado a hacerse latente al
escuchar la palabra “delvanianos”. Aquello ya lo había percibido antes tanto en
los humanos como en los suyos propios, pero era algo más que odio lo que
percibía de Lyor.
—Prepara a todos.
Me reuniré con vosotros de inmediato —cortó la comunicación y miró a Scarlet.
Le pareció que sus ojos grises se habían oscurecido notoriamente—. Lo siento,
debo marcharme.
Al principio no
dijo nada, y el phoenixciano se dispuso a salir a paso ligero.
—Aun no me has
contado nada sobre ti —trató de detenerlo con palabras, aunque sabía
perfectamente que no lo lograría. Lyor se detuvo frente a la puerta un momento.
—Hay cosas que
es mejor que se mantengan en lo desconocido, Scarlet. Créeme —después de
pronunciar tan tajantes palabras, abandonó la estancia.
María vio salir
al alienígena apresuradamente, e iba a tratar de detenerlo cuando su hermana
también salió también.
—¿Qué ha
ocurrido?
—Sus
perseguidores los han encontrado.
—Y… ¿qué vamos a
hacer al respecto?
Scarlet se giro
hacia su hermana con mirada seria.
—Observaremos
cómo suceden los hechos... de momento.
Capítulo 3
Afueras
de la mansión. Huso horario desconocido.
Lyor llegó al
campamento, situado a quinientos metros de la mansión, justo cuando ya empezaban
a vislumbrarse las cápsulas de descenso enemigas. Geris lo esperaba
impacientemente.
—Ponme en
situación —dijo en cuanto llegó a su altura.
—Al parecer
ellos han tenido el mismo problema que nosotros: su nave está ahora mismo a la
deriva, pero nos localizaron y ahora descienden sobre nosotros. A juzgar por la
cantidad de cápsulas, nos superan de forma abrumadora…
—Maldición…
—miró por encima de su hombro, en dirección a la mansión. Pensó en las palabras
de Scarlet. Ella y su hermana habían puesto su cuerpo y alma en crear un mundo
mejor. Y ahora ellos habían traído la guerra hasta él. Como ya habían hecho con
docenas de otros mundos. Como hicieron con su mundo natal…
Apretó los puños.
Estaba decidido. No permitiría que otro planeta fuera reducido por las llamas
de su guerra. No si él podía
evitarlo. Quizás así podía enmendar, aunque fuera un ápice, los errores pasados
que él había cometido.
—Vamos a
contenerlos aquí. No quiero que esa mansión reciba ningún daño colateral, ¿me
entiendes? Que no llegue ni un disparo láser a su fachada.
—Sí, señor.
Las cápsulas no
tardaron en estar a menos de cien metros de altitud, y los phoenixcianos los
esperaban en la superficie. Cuando sólo había setenta y cinco metros entre
ellos y el suelo, algunas de ellas eclosionaron en el aire, dejando ver a sus
pasajeros mortales: unos andadores acorazados bípedos de siete metros de
altura.
—Mierda… ¡Son
Honos! ¡Todos a cubierto! —bramó Lyor por el canal de comunicación general.
Las máquinas
tripuladas cayeron estrepitosa a la superficie, agrietando el suelo en su
aterrizaje. Los phoenixcianos les dispararon con todas sus armas, sin mucha
eficacia.
—¡Derribadlos
con lanzamisiles!
Tres ojivas silbaron
hasta uno de ellos, despedazando su blindaje y haciendo que diera un traspiés y
cayendo cubierto de llamas sobre unas barricadas improvisadas. Sin embargo, el
que estaba al lado suyo cargó su cañón de plasma y giró su cuerpo hacia los
defensores. Descargó el infierno sobre ellos en forma de proyectiles verdosos
sobre sus posiciones, desintegrando a todo ser vivo que se encontraba a su
paso.
Lyor se tiró al
suelo, esquivando por poco una de las balas. Giró sobre sí mismo, cubierto de
polvo.
—“Maldición, hay
que acabar con él como sea”.
Como si hubiese
escuchado sus palabras, Geris salió de su escondite y realizó una carrera
esquivando los escombros y cuerpos con gran agilidad, yendo directo al
lanzamisiles que había sobrevivido a la lluvia mortífera. Se apoderó de él y
dio media vuelta hacia su comandante.
—¡Señor, tenga!
—Lyor cogió el arma en el aire.
—¿¡Qué demonios
crees que estás haciendo!? ¡Sal de ahí de…! —una explosión lo lanzó al suelo y
de cara al suelo.
Tosió un par de
veces y se levantó con ambas manos. En ese momento, el casco humeante y
destrozado de Geris rebotó delante de él un par de veces antes de quedarse
inerte en el suelo.
—“No… otra vez…”
—miró por encima de su hombro al andador, que lo buscaba entre las columnas de
humo. Otra vez se lo habían arrebatado todo. Su único amigo había desaparecido
para siempre. Como todos los demás en su planeta natal.
Se levantó movido por
un sentimiento que no había sentido en mucho tiempo, que había logrado ocultar
hace más de un año. Sintió que una fuerza invisible dominaba su cuerpo
progresivamente, un instinto asesino desmesurado dirigido hacia los
delvanianos.
—Vosotros… nunca
tendréis suficiente, ¿verdad? —corrió hasta el andador y disparó los
proyectiles cuando estuvo a unos pocos metros. Cuando este cayó al suelo,
arrancó la carlinga de cuajo y lanzó al piloto fuera de la máquina. Luego bajó
donde estaba él y le propinó un puñetazo tras otro, cada vez con más furia,
hasta que salpicó de sangre sus puños.
Con el odio
ahogándolo por dentro, se levantó mientras activaba su espada de energía. Miró
a su alrededor: los soldados delvanianos ya habían llegado a la superficie y se
enfrentaban a los escasos soldados phoenixcianos que habían sobrevivido al
primer asalto.
—Malditos seas…
todo es vuestra culpa… os mataré… os mataré a todos… ¿¡ME OIS!? ¡OS MATAREMOS A
TODOS! ¡NO SALDRÉIS VIVOS DE AQUÍ!
***
Scarlet y María
observaban el curso de la batalla desde el ventanal de la misma sala donde
hacía unos minutos habían estado hablando con Lyor.
—¿Qué… qué es
esta sensación? —rompió la hermana pequeña el silencio—. ¿Qué clase de fuerza…
mueve a esos alienígenas para odiarse tanto?
—No lo sé,
hermana. Ni siquiera en la guerra contra los humanos había percibido un
sentimiento tan… perturbador —después de meditarlo unos segundos, se retiró del
ventanal.
—¿Adónde vas,
hermana?
—Voy a ayudarlos
—abrió la vitrina y sacó su antigua armadura—. Están impidiendo que lleguen
hasta aquí por algún motivo, y creo que Lyor tiene algo que ver. No puedo ver
cómo mueren defender algo que ni siquiera les pertenece, aunque sea… ilógico.
¿Me ayudas? Hace tiempo que no llevo esto.
Su hermana la
ayudó a colocar la antigua coraza.
—¿Llamo a
nuestros guardias? —le preguntó mientras cerraba las últimas hebillas.
—No, iré sola.
—¿Y qué hay de
mí? Quiero acompañarte.
—María,
escúchame —posó una mano acorazada sobre el hombro de su hermana—. Necesito que
te quedes aquí. No creo que me pase nada, pero en el caso contrario… me
gustaría que quedase alguien de nuestro linaje para guiar a nuestro pueblo.
Sólo te pido que esperes hasta que termine todo.
María frunció el
ceño, claramente en desacuerdo con su hermana. Luego suspiró ligeramente con
resignación.
—De acuerdo. Ten
cuidado.
Scarlet dibujó
su típica sonrisa maliciosa.
—Deberían
tenerlo ellos.
***
Un piloto delvaniano
que controlaba su andador por los restos del campamento vislumbró una figura
emerger volando del edificio situado a varios cientos de metros del campo de
batalla. Giró la unidad mecanizada para tener una mejor visual de aquella
silueta desconocida.
—¿Qué dem…?
¡Tengo contacto con una figura no identificada! ¡Se acerca a gran velocidad
hacia…!
La sombra aterrizó
sobre el Honos y lo partió en dos con un estruendo. Los delvanianos que estaban
cerca de él dieron media vuelta, atónitos por lo que acababa de ocurrir. Con
una rodilla hincada en el suelo y mientras caían los restos del andador a sus
lados, unos ojos escarlatas elevaron la mirada del suelo.
—Desapareced.
Después de pronunciar
estas palabras, creó una onda de choque que hizo desaparecer a todos los
delvanianos en cien metros a la redonda. Luego desenfundó una vara, activó con
un mecanismo oculto su arma, un aro de metal pálido de doble filo, y buscó a
sus siguientes víctimas. No le llevaría mucho tiempo.
***
Abatió con un corte
limpio al último guerrero de armadura blanca y, al ver que no quedaba nadie más
en pie, desactivó su arma y volvió a colgarla del cinto de su espalda.
Echó un vistazo a su
alrededor: el campo estaba lleno de cadáveres, y no atisbaba ni siquiera un
moribundo. ¿Tan brutal había sido el enfrentamiento? Pero para ella, que había
vivido durante cientos años, no era una imagen novedosa, y menos cuando había
vivido de primera mano una guerra por la supervivencia. Y, aún con todo, no
comprendía esa fuerza exterminadora tan viva que permanecía arraigada en los
corazones de los hombres y mujeres que yacían a sus pies.
Escuchó un ligero
sonido, parecido a un gruñido. ¿Alguien había sobrevivido? Dio media vuelta y
siguió la dirección de la que provenía. No pudo evitar sorprenderse al
encontrar a Lyor apoyado en la carcasa de una cápsula de descenso. Se aproximó
a él a paso ligero.
—Lyor —pronunció
su nombre al llegar a su altura—. Veo que has sobrevivido.
—Qué va… estoy
hecho una mierda —dijo entre quejidos, mostrando las heridas de láseres de su
tronco—. No me queda mucho tiempo… ¿Ha quedado alguien con vida?
—No, pero
tampoco de tus guerreros…
—Mejor que sea
así —cortó tajante mientras se quitaba el casco, pues le suponía una molestia
es su situación. Scarlet no comprendió aquellas palabras del todo.
—¿Qué insinúas?
—Quiero decir
que hemos evitado no sólo que dañen vuestro hogar, sino traer la guerra a
vuestro mundo… ¡Joder!
La mujer se
acercó a él a examinar las heridas. Eran bastante feas, pero aún había remedio.
—¿Traer la
guerra a nuestro mundo?
—No es culpa
tuya que no entiendas del todo lo que ha ocurrido aquí, pero he de decirte que…
—tosió gravemente—. Todo aquel mundo al que acudimos, ya seamos nosotros o los
delvanianos, acaba siendo consumido por nuestra guerra. Yo lo he visto con mis
propios ojos… y no podía permitir que se repitiese aquí, no después de vuestra
hospitalidad. Ya sabes, por cortesía —pronunció una pequeña risa que fue
interrumpida por más toses; un ligero hilo de sangre comenzó a recorrer su
mejilla.
—No te
preocupes. Puedo sanar tus heridas, sólo tengo que… —de pronto Lyor la sujetó
de su antebrazo izquierdo.
—No… no quiero
que me sanes… déjame morir aquí.
Scarlet se quedó
mirando cómo la sujetaba con fuerza, reafirmando así su deseo, pero seguía sin
comprender. Que un hombre deseara tanto su muerte era algo irracional para
ella.
—También puedo
convertirte, si es lo que deseas.
—¡No! ¡No quiero
nada! ¡Ni curarme, ni transformarme en otro ser! ¡Quiero permanecer aquí hasta
mi último aliento!
La asía con más
fuerza aún, sintiendo la presión de su mano sobre la armadura que la protegía.
—¿Es por algo de
tu pasado por lo que deseas poner término a tu vida? ¿Es por lo que ocultas a
todos?
—Sí, Scarlet… no
tienes ni idea… de lo que está pasando ahí arriba, por encima de los cielos de
tu mundo. Hablo de una guerra entre las estrellas de las galaxias… docenas de
planetas como el tuyo… arrasados por la maquinaria de guerra de ambos bandos… y
millones de vida desperdiciadas… la guerra me convirtió en el monstruo que fui
y soy ahora… y nos ha cambiado a todos… he hecho cosas que no quiero siquiera
pensarlas… a causa de ese maldito conflicto… pero aquí tengo una oportunidad…
para librarme de él de una vez por todas… antes de que vengan los nuestros a
buscarnos… aquí podré morir sabiendo que, por lo menos, hice algo correcto… al
evitar que tu mundo caiga bajo el fuego cruzado… y así podré limpiar… mi alma.
Scarlet guardó
silencio unos segundos. Era demasiada información que asimilar en una situación
tan dramática, y que además no comprendía. Tomó aire lentamente.
—En ese caso…
¿Quieres que termine con tu sufrimiento y con tus tormentos?
—Sí… como mi
última voluntad… cuando vengan nuestras naves y vean que no hay nadie a quien
rescatar, recogerán nuestros cuerpos y se marcharán… y os dejarán en paz —se
arrimó todo lo que pudo a Scarlet—. Asegúrate de terminar tu trabajo… no quiero
volver ahí arriba… vivo.
La vampira asintió
con la cabeza. Lentamente, cogió con su mano derecha por la nuca a Lyor y
levantó su cuerpo con cuidado. Luego, se aproximó a su cuello. Se tomó unos
segundos para mentalizarse, pues hacía tiempo que no hacía algo así, y el hecho
de que la víctima fuera un ser venido de otro planeta dificultaba mucho el
proceso. Después, abrió su boca, mostrando sus característicos colmillos
afilados, y los ensartó en el cuello del comandante. Al recibir el golpe
mortal, Lyor se aferró instintivamente a ella, pero no realizó ningún
movimiento defensivo. Pudo sentir cómo lo que quedaba de la vida de aquel
hombre era absorbida por ella. Finalmente, sus manos dejaron de aferrarse a
ella, y descendieron inertes.
Scarlet volvió a
alejarse de él con un fino hilo de sangre recorriendo su mejilla derecha.
Siguiendo las antiguas tradiciones humanas de su mundo, cerró los ojos del
comandante con precaución y se levantó. Se secó la sangre con el dorso de su
mano acorazada y la observó detenidamente: era tan roja como la suya. No pudo
evitar sentir lástima por aquel hombre. Pero esa lástima que pesaba en su
cabeza fría pronto fue sustituida por una gran intriga acerca de lo que le
había contado. Sentía una necesidad irrefrenable de saber qué estaba ocurriendo
más allá de los límites de su mundo, a pesar de las palabras sombrías del
hombre. Estaba determinada a dar ese paso, a pesar de ser precipitado.
—¿Hermana? —era
María, que acababa de llegar al lugar escoltada por dos guardianes—. ¿Qué has…?
—Fue su última
voluntad. Rechazó cualquier medio para salvarse…
María la miró
confusa.
—¿Qué sentido
tiene el no querer vivir?
Scarlet levantó
la mirada al cielo. “La guerra en las estrellas”, pensó ensimismada.
—No lo sé,
María. Pero voy a averiguarlo. Necesito saber qué secretos esconden las
estrellas más allá de nuestro mundo.
—¿Todo por las
palabras de un ser de otro mundo? —María la cogió de la mano—. Sabes que te
quiero más que nada en el mundo, y no soportaría verte marchar, y menos por una
aventura tuya. Es una decisión muy precipitada.
—Lo sé, María… pero
tengo que hacerlo. No es sólo por capricho mío. He de conocer el porqué de ese
odio tan destructivo que los mueve. Si logro descubrir la naturaleza de este, quizás
pueda evitar que nuestro mundo sea invadido por ellos, o incluso hallar la
clave para detener esa supuesta guerra de la que tanto me ha hablado y tanto
daño a causado —se volvió hacia el cuerpo Lyor—. Quizás así descubra qué fue lo
que consumía a aquel hombre y a todos los seres que yacen aquí. Si lo piensas,
lo hago por un bien mayor.
—¿Y cómo sabes
si deberíamos entrometernos en sus asuntos?
—No lo sé todo,
hermana, pero ya lo he hecho una vez habiendo ellos irrumpido en nuestro hogar.
Ahora me tocaría ir a mí a sus mundos.
—Y supongo que
tendrás pensado cuándo marcharte…
—Sí, hermana.
Todo lo que hay que hacer es esperar.
Scarlet volvió a
mirar al cielo. Tarde o temprano, alguna nave phoenixciana acudiría a su
planeta. En ese momento tendría la oportunidad. Se imaginó en la infinidad de
planetas diferentes que habrían más allá, pero una guerra que englobara tantos
como decía Lyor… la mera idea de algo así era terrible, aunque para ella era
una concepción absurda, imposible, y no creía que fuera a ver nada que no hubiese
visto en sus cientos de años de vida. Pero tampoco podía descartar la
posibilidad tan a la ligera. Si era cierto que existía un conflicto de tal
magnitud, las víctimas deberían ser incontables… ¿Cómo era posible que algo tan
atroz pudieran llevarlo a cabo unas razas claramente superiores? No le
encontraba sentido, pero para responder a dichas preguntas tendría que ver todo
aquello con sus propios ojos… y encontrar su remedio, si acaso existía. Sonrió levemente
al pensarlo. . Un nuevo horizonte se mostraba ante ella, y sin duda sabría cómo desenvolverse en todo aquello.
—“Al fin y al
cabo, si quiero tener algo, lo obtendré”.
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