lunes, 11 de diciembre de 2017

Relato "La guerra en las estrellas". Ignacio Fanjul


Relato “La guerra en las estrellas”



Prólogo


¡Evacuación inmediata! ¡Esto no es un simulacro! ¡Debemos salir de aquí! ¿Qué hacemos? ¡Estamos atrapados, ayuda! Lyor… Lyor ¡Lyor! ¡LYOR!

Sus ojos se abrieron de golpe y trató de levantarse de un salto, pero unas manos lo sujetaron de los hombros, obligándolo a quedarse donde estaba. Forcejeó con aquel individuo desconocido, presa de la confusión.
—¡Lyor, cálmate, soy yo! —le dijo una voz. Así que quien yo lo llamaba no era un recuerdo del pasado, sino alguien presente—. ¡Soy Geris! Sabes quién soy, ¿verdad?
Lyor cesó el forcejeo al escuchar aquel nombre. Conocía aquella voz. Era su mejor y único amigo, que lo estaba ayudando, como siempre había hecho.
Parpadeó un par de veces y miró lentamente a su alrededor, escudriñando el terreno: se encontraban en un bosque frondoso, donde los árboles lo ocultaban todo más allá de los seis metros y cuya oscuridad que los rodeaba se mostraba más misteriosa que peligrosa. Nada que ver con la terrible batalla espacial en la que estaban envueltos hacía… ¿cuánto tiempo llevaría dormido?
—Geris… ¿Qué ha pasado?
—Logramos escapar, aunque de momento. Atravesamos la fisura dimensional y vinimos a parar aquí. Después, la flota reapareció al otro lado dispersada; nuestra nave estaba ya herida de muerte, de modo que escapamos en las cápsulas de escape. Tú habías recibido un duro golpe durante el descenso por las turbulencias al entrar en la atmósfera, y ahora estamos aquí. Ya estamos intentando comunicarnos con los grupos que han logrado escapar.
Lyor miró detrás de su amigo: un grupo de unos treinta soldados estaban con ellos, mirándolos atentamente mientras trataban establecer contacto con fuerzas aliadas con un trasmisor de alta frecuencia. No pudo evitar sentir vergüenza consigo mismo por haber despertado de aquella manera delante de sus subordinados.
—Bien —por fin pudo levantarse del suelo. Su cuerpo le dolía horrores, por lo que crispó ligeramente el rostro al sentir algunas punzadas, pero no se preocupó de que lo viesen sus soldados, pues su casco ocultaba completamente su rostro—. Debemos ponernos en marcha. ¿Sabemos qué planeta es este?
—Negativo, este planeta es totalmente desconocido. Ni siquiera figura en los mapas estelares. Parece ser que nadie había cruzado o visto siquiera esa fisura dimensional que hemos traspasado. Estamos totalmente ciegos aquí.
Lyor suspiró profundamente.
—Vale… ¿y los delvanianos? ¿Sabemos si están buscándonos?
—Ellos nos persiguieron a través de la fisura, pero creo que también se han dispersado involuntariamente. No sabemos si alguna de sus naves ha acabado cerca de aquí.
—Bueno, algo es algo. Como sea, debemos avanzar, y cuanto antes mejor.
Con una sola orden, los demás guerreros phoenixcianos formaron en un solo grupo compacto y siguieron a Lyor a través del bosque.
Aun así, el comandante no podía evitar preguntarse si este planeta estaría vacío… o habría alguien ahí fuera, probablemente espiándolos desde su inoportuna llegada.




Capítulo 1


Una hora después. Por la tarde. Huso horario desconocido.


No tardaron mucho en establecer contacto con un grupo amigo que había aterrizado en las inmediaciones del lugar del siniestro del acorazado en el que habían llegado. Ya que Lyor era la persona con mayor rango, les ordenó que analizaran los daños de la nave de guerra y recuperaran cualquier cosa o persona que pudieran servirles.

Cuando estuvo a punto de cuestionarse cuándo saldrían de aquel bosque, sus dudas quedaron disipadas en el preciso instante en el que desembocaron en un claro. Sin embargo, surgieron otra docena de dudas. En el mismo instante que habían entrado en el claro, el aire se había tornado sorprendentemente cargado, hasta el punto de que daba la sensación de que costaba respirar. Pero ahí no terminaban las rarezas: no corría ni una brisa de aire, aun cuando el lugar estaba cubierto por nubarrones de color carmesí. Aunque ya había visto esas mismas nubes en otra decena de planetas, había algo en aquel lugar que le inquietaba.
—Señor, mire allí. Hay una casa —le indicó Geris, señalando al frente.
Siguió con la mirada la dirección en la que le había dicho. Efectivamente, a unos cuantos cientos de metros, había una mansión vallada.
—Vayamos a ese lugar.
—Lyor —su amigó posó una mano sobre su hombro y le habló en voz baja para que nadie los escuchara—. ¿Seguro que es una buena idea? Este lugar resulta… extraño.
—Geris, este planeta es totalmente desconocido. Cualquier cosa que veamos aquí será extraña para nosotros. Y ahora vayamos a esa mansión.

***

Tardaron otros siete minutos en llegar hasta allí. Mientras se aproximaban, escudriñaban constantemente los escáneres integrados en sus cascos, buscando cualquier señal biológica que pudiera suponer una amenaza, sin ninguna anomalía. Todo a su alrededor se mostraba ante ellos fríamente silencioso, incluso demasiado para unos soldados como ellos.
Llegaron hasta la verja que separaba aquella misteriosa estructura del resto del mundo. Lyor se adelantó e intentó abrir la puerta con cuidado, pero esta se resistió. No satisfecho con eso, desenfundó su pistola y voló la cerradura ante la mirada sorprendida de todos los demás, pero no le dijeron nada al respecto.

Se internaron en el patio, empedrado con losas talladas y desprovisto de cualquier inmueble. La mansión, en cambio, estaba cargada de ornamentación que le daba un aire a una época pasada, muy anterior a los ojos de los que habían llegado del espacio.
—“Me pregunto de qué milenio será esta vivienda” —pensó Lyor para sus adentros.
—No parece que haya nadie… quizás está abandonada —dijo Geris, aunque sostenía con fuerza su rifle. Lyor no culpaba la inseguridad de su segundo al mando ni la de sus subalternos. Incluso él estaba en cierto modo nervioso.
Desvió su mirada hacia los ventanales, en busca de señales de vida ocultas tras las sombras del interior del edificio. Nada, aparentemente.
—Eso parece, Geris. Entremos.

Abrieron el portón con el mismo método que la verja y se adentraron. La oscuridad cedía ante la tenue luz que se filtraba por la entrada conforme la abrían. Lyor avanzó tres pasos y se detuvo: al mirar alrededor, vio que el vestíbulo estaba tan bien adornado como la fachada, e igual de desierta. Cuatro estatuas flanqueaban las dos escaleras de mármol que daban a los pisos superiores, y estas mismas escaleras bordeaban una segunda puerta doble, también custodiada por esculturas.
—Entremos todos.
—¿Dejamos la entrada sin vigilancia? —inquirió Geris arqueando una ceja, a pesar de que no pudiera ver su gesto a través del casco.
—Lo mejor será que no nos separemos; ya conozco cómo sigue la historia.
Entraron los treinta y dos guerreros al vestíbulo y cerraron la puerta sin cerradura en la medida de lo posible. Lyor avanzó con pies de plomo, mirando a todos lados y con el rifle preparado, y tras él los demás. Abrieron la segunda puerta, que daba a un largo pasillo adornado únicamente por una alfombra roja y unos viejos candelabros, y al fondo otra puerta.
—“Esto va a ir para largo…”

***

Con la máxima precaución y coraje que pudieron reunir, inspeccionaron la mansión sala a sala. En una de ellas, encontraron una serie de cuadros dispuestos únicamente en la pared derecha. Se trataban de retratos.
—Pongámosles rostros a sus dueños de una vez.
Se aproximaron a los cuadros, y se sorprendieron más de lo que les cabría admitir: en ellos aparecían figuras que vestían de forma ostentosa de una especie que conocían vagamente.
—No es posible… ¿Terranos? —Lyor se volvió hacia Geris—. ¿Estamos en el planeta Tierra?
Su amigo se encogió de hombros.
—No creo. Aunque hayamos traspasado una fisura dimensional, este planeta no figura en ningún mapa. A menos que sea una colonia terrana, no deberíamos estar en su mundo. Sin embargo… su semejanza es cuanto menos sorprendente.
—Una cosa es bien clara: son, o eran, humanoides, como nosotros —pasearon lentamente, observando cada uno de los cuadros. Todos seguían el mismo patrón respecto a sus protagonistas… hasta que llegaron a los cuatro últimos. En ellos, Lyor se detuvo en seco.
—¿Qué ocurre, señor? —preguntó Geris al ver que se había detenido.
—Fíjate en las fechas de estos últimos cuadros.
Geris observó la pequeña placa que marcaba las fechas en cada uno de los cuadros y sintió un ligero escalofrío en su espalda. En los cuatro retratos, la fecha de defunción de sus protagonistas era exactamente la misma, incluso el día: 6/8/1645
—¿Qué demonios…?
—Todo apunta a que aquí ocurrió una gran desgracia, seguramente fueron asesinados. Aunque me pregunto quién pondría estos retratos… —comparó los cuadros. Los dos situados al lado derecho eran de un hombre y una mujer, mientras que los de la izquierda mostraban a dos muchachas de cuerpo entero, por lo que dedujo que se debió de tratar de una familia.
Sin saber muy bien por qué, su mirada se detuvo en los dos retratos de la izquierda. Se aproximó a ellos casi de forma instintiva bajo la mirada confusa de su amigo y algunos soldados. Saltó con la mirada de un cuadro a otro. A juzgar por los rasgos físicos plasmados en la superficie pictórica, debieron de ser hermanas. Sin embargo, había algo que resaltaba demasiado: la palidez de sus pieles con respecto a las anteriores figuras. Y había más: la muchacha que parecía ser la hermana mayor, retratada en el último cuadro, tenía el cabello corto de un tono azul claro, a diferencia de su hermana menor, que era largo y oscuro. Aunque no sabía mucho sobre los terranos, no había oído hablar de que hubiera especímenes humanoides con un cabello tan peculiar como el de la primera, al menos no en una época tan arcaica. Aunque, por otro lado, seguramente se trataba de otra especie totalmente distinta, y la idea de que tuvieran algunos genes distintos respecto a los terranos era más que plausible.
—“Joder, la palidez de estas mujeres es más bien enfermiza. Me pregunto si comerían bien estos alienígenas” —frunció los labios al pasear la mirada por el cuerpo de… ¿cómo se llamaba esta mujer? Bajó un poco la mirada. Scarlet era su nombre. Igual que su mujer…
—¿Lyor?
—Perdona. Estaba sumido en mis pensamientos. Sigamos.

Abandonaron la sala y se adentraron en una nueva. El techo en esta nueva estancia estaba mucho más elevado con respecto a las anteriores, y se apoyaba sobre grandes columnas de mármol. Una alfombra roja reposaba en el centro de la habitación y escalaba por unas pequeñas escalinatas hasta llegar a dos grandes sillas que se asemejaban a unos tronos. El grupo se aproximó a ese lugar con máxima cautela.
Y un estridente sonido rompió abruptamente el sepulcral silencio. Se trataba de una nota grave de piano. Todos se sobresaltaron y clavaron los pies al suelo, mirando en todas direcciones con sus armas en alto.
—¿¡Quién cojones ha tocado algo que no debía!?
—¡Nadie, señor! Estamos los treinta y dos aquí… —se escuchó otra nota tenebrosa que ahogó las palabras de Geris, y esta vez daba la sensación de que se había escuchado más cerca.
—¡No os mováis ni un centímetro! —rugió de nuevo Lyor.
—¡No nos estamos moviendo, señor! —replicó una soldado.
El lugar volvió a sumirse en un inquietante silencio. No había ningún piano, y tampoco parecía haber alguna losa que fuera una plataforma que accionara un mecanismo oculto, por lo que aquellos sonidos sólo podían significar una cosa.
—No estamos solos en esta mansión —sentenció Lyor escudriñando las sombras que los rodeaban al mismo tiempo que los sensores, en busca de señales.
—Eres perspicaz —dijo de repente una voz femenina que retumbó por toda la sala, lo que puso a los phoenixcianos en guardia—. De modo que tenemos intrusos.
Lyor miró a los alrededores con mayor velocidad, sin ver a nadie. Tampoco detectaban nada. ¿De dónde procedía aquella voz?
—Sé que estás ahí. Muéstrate de una vez —mintió descaradamente Lyor.
Una risita maliciosa se hizo escuchar.
—Si así lo deseas… aquí estamos.
Al denotar la diferencia de distancia de la voz, dio media vuelta hacia las sillas, que era la dirección de donde procedía. No pudo escapar de su asombro al ver a dos mujeres jóvenes sentadas allí mismo. No existía una explicación lógica que pudiera esclarecer que no hubiesen visto o localizado a aquellas mujeres antes. Y para añadir más confusión a la situación, Lyor se percató de inmediato de quienes eran.
—Si no lo veo, no lo creo… Son las hermanas.
—¿Las de los cuadros?
—Joder, ¿Es que no las ves? —dijo entre dientes, aferrándose con mayor fuerza a su rifle.
Las hermanas iban ataviadas de los mismos vestidos ostentosos de faldas algo abombadas, tan típicos de la antigua aristocracia. La más mayor portaba uno de color rojo, y su hermana menor, de blanco. Sus pieles eran casi tan pálidas como la nieve. Sin embargo, los ojos no eran verdes como aparecían representados en los retratos, sino que mostraban un tono escarlata amenazante.
Lyor tragó algo de saliva. El hecho de que hubiesen ocultado ese detalle en los autorretratos no podía suponer nada nuevo.
—¿Quiénes sois? —les interrogó.
La mujer del vestido rojo rio por lo bajo.
—Me sorprende que preguntes eso cuando ya sabes mi nombre, pero no eludiré tu cuestión. Me llamo Scarlet, y esta es mi hermana María —apoyó ligeramente su cabeza sobre su mano izquierda—. Sin embargo, deberíamos ser nosotras quienes hiciéramos las preguntas, ¿no crees?
De repente, surgieron de las sombras ocho figuras cubiertas por grandes corazas de caballeros. Los phoenixcianos se percataron de inmediato y tomaron posiciones defensivas.
—¡Estamos rodeados! —advirtió un soldado.
Lyor miró a los lados. Tampoco habían detectado la llegada de estos individuos, por lo que tendrían que tener las mismas características que ellas. Miró de reojo a Scarlet; seguía sentada en su “trono”, mirándolos fijamente con aquellos ojos carmesíes, y con una sonrisa malvada dibujada en su rostro. Esperaba que atacaran a sus guardianes.
—Bajad las armas.
—¿Señor? —inquirió sorprendido Geris mirándolo por encima de su hombro, sin dejar de apuntar a sus hostigadores.
—He dicho que bajéis las armas. ¡Bajad las armas de una vez!
Poco a poco, los soldados le obedecieron, no sin dejar de aferrarse con todas sus fuerzas a sus rifles. Geris se posicionó a su lado, intentando protestar, pero Lyor lo interrumpió levantando ligeramente una mano.
—Algo me dice que estos seres no son comunes, ni siquiera en este mundo.
—Muy astuto, líder de los intrusos.
—Mi nombre es Lyor.
Scarlet amplió aún más su sonrisa.
—Muy bien, Lyor; acabas de evitar momentáneamente la masacre de todos tus guerreros… por el momento —se levantó de su silla y descendió elegantemente por las escalinatas, y su hermana justo a su lado. Avanzaron hasta situarse a tan sólo unos pocos centímetros del comandante. Este se percató entonces de la gran diferencia de estatura entre él y los de aquella especie humanoide: le sacaba tres cabezas a la hermana mayor.
—Supongo que debemos estar agradecidos —dijo con ligero sarcasmo. No era apropiado pasarse de listo ahora. Entonces ideó una pregunta para dar la vuelta a la tensa conversación—. No sois humanos, ¿verdad? —inquirió usando aquel término tan primitivo de otras especies.
—¿Qué crees tú? —era una pregunta mas bien retórica, pues mostró sus dientes mientras sonreía, dejando ver unos colmillos inusualmente extensos.
—“Maldición, no me digas…” —poco había escuchado sobre el folklore humanoide, pero en muchos relatos de distintos mundos hablaban de unas criaturas cuyas características eran idénticas a los seres que habitaban aquella mansión—. Poco sé sobre vuestra raza, pero he oído que poseéis una gran fuerza física… y que drenáis la sangre de vuestras víctimas. Incluso he leído en algunos escritos que usais algo llamado “magia”.
Geris miró sorprendido a Lyor por tener conocimiento de esas cosas, y luego con temor a las mujeres.
—Vaya, me sorprende que un alienígena sepa tanto sobre nosotros. Quizás, después de todo, os dejemos con vida ¿Qué dices, hermana?
—Creo que deberíamos darles una oportunidad. Al fin y al cabo, no parece que hayan venido a nuestro planeta por gusto.
—Así es. Nos perseguían nuestros enemigos y hemos venido a parar aquí. Aun así, no tenemos pensado quedarnos mucho tiempo, así que no pretendemos perturbar vuestra… vuestro hogar.
—Está bien —hizo una señal a los guardianes acorazados, y estos volvieron a fundirse con las sombras—, pero con una condición.
—¿De qué se trata?
—Si en alguna ocasión solicitamos tu presencia en nuestra casa, tendrás que venir solo, y sin armas.
La sola idea de volver a adentrarse en aquel lugar en solitario, y conociendo ahora la naturaleza de sus habitantes, era más bien terrorífica. Pero no tenía más remedio; si se oponía y era verdad lo que decían los escritos, serían exterminados en segundos.
—Está bien… solo espero que no os excedáis con vuestra imposición.
Scarlet volvió a emitir una risita y lo miró fijamente a los ojos, ocultos tras el visor de su casco.
—No te preocupes, Lyor. No haya nada que temer.
—“Sí, ya me gustaría” —apretó los dientes.
El soldado que portaba el transmisor estableció contacto en ese momento.
—Señor, siento interrumpir, pero hemos establecido contacto con el grupo del crucero. Dicen estar a menos de un kilómetro de nuestra posición.
—Será mejor que salgáis a reuniros con los vuestros —dijo Scarlet—. Podéis asentaros frente a nuestro hogar, pero recuerda: solo tú puedes entrar, nadie más.
—Está bien… Sargento, diles que estamos yendo a su encuentro.
Se alejaron a paso ligero, movidos más por el deseo de salir cuanto antes de allí que por encontrarse con sus compañeros. Mientras Geris intentaba convencer a su comandante de que claramente era una trampa, las hermanas miraron en momentáneo silencio cómo se marchaban.
—Ese hombre, Lyor… —dijo de pronto María—. Siento algo… extraño en él.
Scarlet la miró con el ceño algo fruncido, intrigada.
—¿De qué se trata?
—No es que posea algún tipo de magia, pero da la sensación de que oculta algo… aunque puede que sea una mera suposición.
—Bueno… —clavó sus ojos escarlatas resplandecientes en la espalda del comandante y sonrió—, por algo hemos puesto nuestra condición.



Capítulo 2



Al día siguiente. Antigua mansión. Huso horario desconocido.

Durante la noche y la primera mitad del día siguiente, los phoenixcianos establecieron su campamento a las afueras de la mansión. Frecuentemente, Lyor miraba los ventanales de esta, tratando de encontrar a aquellas hermanas tan siniestras. A cada hora que pasaba, la idea de que no lo llamaran pesaba más sobre su conciencia. Pero tampoco se dejaba engañar; tarde o temprano, aprovecharían su imposición, por algo lo habrían hecho.
En el momento en que empezaba a atardecer, apareció de pronto uno de los guardianes en el campamento. Su aparición repentina suscitó el nerviosismo en todos.
—Nuestra señora solicita su presencia de inmediato, alienígena —dijo nada más apareció Lyor a tranquilizar a sus soldados.
Geris lo miró y le negó con la cabeza, pero este aceptó la “invitación”, aunque no de buena gana.

***

Siguió a aquel guardián hasta por los pasillos de la mansión sin intercambiar una sola palabra, aunque tampoco lograría nada haciéndolo, reflexionó el comandante. Llegaron hasta una puerta, donde se encontraba María esperándolos pacientemente.
—Buenas tardes, señor Lyor.
—Señorita María —hizo un ligero gesto de reverencia agachando la cabeza. Supuso que así eran las tradiciones arcaicas humanoides—, ¿Quería hablar conmigo?
—Es mi hermana la que está interesada. Te espera dentro.
—Bien —tragó ligeramente saliva y abrió con cuidado la puerta, sin dejar de mirar de reojo a la hermana pequeña, aunque ella hacía lo mismo con él.

En el interior de la sala, había un par de muebles, una antigua armadura protegida tras una vitrina y una mesita con una bandeja, dos copas y dos pequeñas jarras. Había dos sillas dispuestas una frente a otra, y Scarlet permanecía sentada en una de ellas.
—Buenas tardes, Lyor. Toma asiento, por favor —el phoenixciano obedeció con cautela.
—¿Y bien? Espero que esto no se alargue mucho; mis soldados estarán preocupados por mí.
—Oh, no se preocupe. No tengo pensado contenerlo mucho tiempo. Pero vayamos a lo que nos concierne… —volvió a mirarlo fijamente—. ¿Podrías quitarte el casco, y así poder vernos cara a cara?
No muy seguro de si sería una buena idea, desactivó los mecanismos que adherían el casco a la armadura y lo dejó sobre la mesa, dejando ver su rostro. Sus ojos grises se cruzaron directamente con los escarlatas de aquel ser, y se sintió aún más inseguro que antes, si cabe. Ella por su parte se mostró satisfecha.
—Vaya, como ya suponíamos, eres una especie de humano venido de otro mundo, a juzgar por la forma de tu cuerpo. Siempre había creído que éramos únicos en nuestra especie, bueno, más bien la especie humana que habita este mundo.
—¿No te consideras humana? —arqueó una ceja.
Ella volvió a pronunciar una pequeña risa.
—En absoluto. Cómo ya comprobaste en el pasillo de los cuadros, mi hermana y yo “morimos” el mismo día que nuestros padres… pero en realidad no fue así, claro.
—¿Qué quieres decir? ¿Sois una especie de… muertos vivientes?
—Se nos ha calificado de muchas cosas: muertos vivientes, criaturas de fantasía, monstruos… pero no, no somos no-muertos. Simplemente fue una transición a otra forma de ser. Aunque claro, no fue… agradable.
—¿Sería desconsiderado si te pidiera que me contases qué ocurrió? Es una pregunta que llevo dándole vueltas desde que vi aquellos cuadros.
Scarlet arqueó ligeramente las cejas, ciertamente sorprendida ante la curiosidad de aquel alienígena.
—No, no pasa nada, estaré encantada. Ponte cómodo —carraspeó antes de comenzar su narración—. Hace muchos años, las criaturas a las que los humanos denominan “vampiros” no eran más que bestias que no se regían por nada más que su propio instinto que suponían una grave amenaza para todos.
“En una ocasión, una de esas bestias decidió irrumpir en nuestra mansión. Acabó con la vida de nuestros padres, pero a mi hermana y a mí sólo nos drenó la sangre hasta que estuvimos a punto de morir, seguramente porque ya no tenía más apetito. La transformación fue rápida e indolora. Nuestra carne se tornó pálida como la de nuestros padres asesinados y nuestros ojos rojos como la sangre que impregnaba nuestros vestidos. Antes incluso de llorar a nuestros padres, le dimos una muerte horrible a aquella bestia gracias a nuestra nueva fuerza.
Sin embargo, ahora éramos como ellos, y para añadir más sal a la herida, los humanos tenían pensado organizarse para exterminar a todos los vampiros de la faz de este planeta. Teníamos que hacer algo. Y nuestra solución fue civilizar a las propias bestias, a nuestra “nueva raza” para sobrevivir, con la esperanza de que en el futuro podríamos convivir con los humanos pacíficamente. La tarea más ardua fue aplacar la sed de sangre, tan poderosa como cuando un humano necesita beber agua. Ya que aquellos que han sido convertidos en vampiros adquieren la capacidad innata de usar sus poderes psíquicos o “magia”, pudimos crear un inhibidor que disipara casi al completo esa necesidad. Además, el hecho de que nunca envejecemos fue clave para situarnos desde el principio en el poder y mantenernos en él a lo largo de los años.
Pasaron los años, y mi hermana y yo pudimos crear una raza inteligente gracias a nuestros esfuerzos que podía medirse con los humanos, por lo que tratamos de realizar un pacto con el rey del país contiguo a nuestro Estado. Fue un fracaso. Y lo que es peor, los humanos, arrogantes como tanto les caracteriza, decidieron que era la hora de borrarnos del mapa para siempre. La guerra que siguió fue cruenta: esa armadura que hay detrás de mí la utilicé durante el conflicto. Incluso en las situaciones más desesperadas dábamos rienda suelta a nuestra maldición, aniquilando a todos aquellos que querían exterminarnos… hasta que por fin los humanos vieron que no podían ganar la guerra, y comprendieron que desde que, mientras nosotras ostentáramos el poder sobre los demás vampiros, podrían dormir algo más tranquilos conviviendo con nosotros. Y así ha sido durante cientos de años.”

Lyor se quedó pasmado por la historia. Aquella mujer y su hermana habían erigido de la nada una raza inteligente por su cuenta, y habían sobrevivido a una guerra contra todo un mundo. Una situación muy similar a la de su especie…
—Esa es mi historia… —Scarlet denotó que aquel hombre aparentaba estar muy tranquilo—. Me sorprende que no me temas, sabiendo de mis capacidades.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno… si quisiera, podría convertirte en uno de los míos… —desapareció de pronto de su sitio y reapareció justo detrás de él, posando sus manos extremadamente frías en sus mejillas. Lyor tensó todo su cuerpo ante el repentino acercamiento de aquella mujer, pero procuró no ponerse a la defensiva. Al cabo de un par de segundos, Scarlet terminó la travesura y volvió a su lugar de la misma forma que había desaparecido—. Y, sin embargo, no has tratado de defenderte. Parece como si estuvieras muy seguro de ti mismo.
Lyor se relajó y carraspeó antes de continuar.
—Eso es porque soy un soldado. Si tienes dudas en una guerra, estás muerto. No es algo particular.
—Concuerdo con eso, pero intuyo que hay algo más.
—¿Qué insinúas?
—Creo que hay algo que no quieres decir, algo que ocultas al mundo… Me gustaría que lo compartieses conmigo. Es cierto que siento curiosidad por vosotros, los phoenixcianos, pero sobre todo por ti en concreto. Algo que das por sentado que nadie sabrá, y por eso precisas de esa autoconfianza.
Lyor cogió una jarra y llenó su copa de agua con el ceño algo fruncido. Creyó que habría vino o, mejor dicho, sangre, el líquido carmesí favorito de aquellos seres.
—No se muy bien de qué estás hablando, no tengo nada que ocultar. Sólo soy un comandante phoenixciano que proviene de otro planeta, y que estamos huyendo de nuestros enemigos… —fue a coger su copa, pero Scarlet se la arrebató con un movimiento grácil.
—Eso es algo que ya sabemos; sin embargo… —se acercó la copa a los labios, pero cuando parecía que iba a tomar un sorbo, se mordió el dedo índice de su mano libre, y ante la estupefacción de su invitado, dejó que fluyera una gota de sangre hasta que cayó dentro de la copa; al entrar en contacto con el agua, esta se tiñó de rojo por completo, transformándose así en vino. Luego, la pequeña herida sanó a una velocidad de vértigo. Todo gracias a su magia. Si era otra de sus demostraciones para impresionarlo, le había bastado con su primer movimiento—. Mi hermana cree firmemente lo contrario.
Scarlet sorbió un poco de aquel supuesto vino. Lyor por su parte reflexionó que tal vez había hecho todo eso para intimidarlo, para mandarle un mensaje de que, si ella quería algo, lo obtendría. Y buscaba su pasado, como Geris hace un año...
—Mira, Scarlet, yo… —de pronto, el transmisor de muñequera empezó a emitir un ligero pitido. Geris intentaba comunicarse con él—. Perdona un segundo. Al habla Lyor. ¿Qué ocurre, Geris?
—¡Malas noticias, señor! ¡Los delvanianos están aquí! ¡Están entrando en la atmósfera!
Scarlet observó cómo reaccionaba el comandante al saber que sus perseguidores los habían encontrado, bastante desinteresada en los motivos de su huida. Pero en ese momento su manera de ver aquella situación cambió drásticamente. El rostro de Lyor se había tornado sumamente sombrío, y además, por alguna razón que ni siquiera ella misma podía explicar, percibía una especie de aura que embargaba al alienígena. Una sensación oscura que había comenzado a hacerse latente al escuchar la palabra “delvanianos”. Aquello ya lo había percibido antes tanto en los humanos como en los suyos propios, pero era algo más que odio lo que percibía de Lyor.
—Prepara a todos. Me reuniré con vosotros de inmediato —cortó la comunicación y miró a Scarlet. Le pareció que sus ojos grises se habían oscurecido notoriamente—. Lo siento, debo marcharme.
Al principio no dijo nada, y el phoenixciano se dispuso a salir a paso ligero.
—Aun no me has contado nada sobre ti —trató de detenerlo con palabras, aunque sabía perfectamente que no lo lograría. Lyor se detuvo frente a la puerta un momento.
—Hay cosas que es mejor que se mantengan en lo desconocido, Scarlet. Créeme —después de pronunciar tan tajantes palabras, abandonó la estancia.

María vio salir al alienígena apresuradamente, e iba a tratar de detenerlo cuando su hermana también salió también.
—¿Qué ha ocurrido?
—Sus perseguidores los han encontrado.
—Y… ¿qué vamos a hacer al respecto?
Scarlet se giro hacia su hermana con mirada seria.
—Observaremos cómo suceden los hechos... de momento.


Capítulo 3



Afueras de la mansión. Huso horario desconocido.

Lyor llegó al campamento, situado a quinientos metros de la mansión, justo cuando ya empezaban a vislumbrarse las cápsulas de descenso enemigas. Geris lo esperaba impacientemente.
—Ponme en situación —dijo en cuanto llegó a su altura.
—Al parecer ellos han tenido el mismo problema que nosotros: su nave está ahora mismo a la deriva, pero nos localizaron y ahora descienden sobre nosotros. A juzgar por la cantidad de cápsulas, nos superan de forma abrumadora…
—Maldición… —miró por encima de su hombro, en dirección a la mansión. Pensó en las palabras de Scarlet. Ella y su hermana habían puesto su cuerpo y alma en crear un mundo mejor. Y ahora ellos habían traído la guerra hasta él. Como ya habían hecho con docenas de otros mundos. Como hicieron con su mundo natal…
Apretó los puños. Estaba decidido. No permitiría que otro planeta fuera reducido por las llamas de su guerra. No si él podía evitarlo. Quizás así podía enmendar, aunque fuera un ápice, los errores pasados que él había cometido.
—Vamos a contenerlos aquí. No quiero que esa mansión reciba ningún daño colateral, ¿me entiendes? Que no llegue ni un disparo láser a su fachada.
—Sí, señor.

Las cápsulas no tardaron en estar a menos de cien metros de altitud, y los phoenixcianos los esperaban en la superficie. Cuando sólo había setenta y cinco metros entre ellos y el suelo, algunas de ellas eclosionaron en el aire, dejando ver a sus pasajeros mortales: unos andadores acorazados bípedos de siete metros de altura.
—Mierda… ¡Son Honos! ¡Todos a cubierto! —bramó Lyor por el canal de comunicación general.
Las máquinas tripuladas cayeron estrepitosa a la superficie, agrietando el suelo en su aterrizaje. Los phoenixcianos les dispararon con todas sus armas, sin mucha eficacia.
—¡Derribadlos con lanzamisiles!
Tres ojivas silbaron hasta uno de ellos, despedazando su blindaje y haciendo que diera un traspiés y cayendo cubierto de llamas sobre unas barricadas improvisadas. Sin embargo, el que estaba al lado suyo cargó su cañón de plasma y giró su cuerpo hacia los defensores. Descargó el infierno sobre ellos en forma de proyectiles verdosos sobre sus posiciones, desintegrando a todo ser vivo que se encontraba a su paso.
Lyor se tiró al suelo, esquivando por poco una de las balas. Giró sobre sí mismo, cubierto de polvo.
—“Maldición, hay que acabar con él como sea”.
Como si hubiese escuchado sus palabras, Geris salió de su escondite y realizó una carrera esquivando los escombros y cuerpos con gran agilidad, yendo directo al lanzamisiles que había sobrevivido a la lluvia mortífera. Se apoderó de él y dio media vuelta hacia su comandante.
—¡Señor, tenga! —Lyor cogió el arma en el aire.
—¿¡Qué demonios crees que estás haciendo!? ¡Sal de ahí de…! —una explosión lo lanzó al suelo y de cara al suelo.

Tosió un par de veces y se levantó con ambas manos. En ese momento, el casco humeante y destrozado de Geris rebotó delante de él un par de veces antes de quedarse inerte en el suelo.
—“No… otra vez…” —miró por encima de su hombro al andador, que lo buscaba entre las columnas de humo. Otra vez se lo habían arrebatado todo. Su único amigo había desaparecido para siempre. Como todos los demás en su planeta natal.
Se levantó movido por un sentimiento que no había sentido en mucho tiempo, que había logrado ocultar hace más de un año. Sintió que una fuerza invisible dominaba su cuerpo progresivamente, un instinto asesino desmesurado dirigido hacia los delvanianos.
—Vosotros… nunca tendréis suficiente, ¿verdad? —corrió hasta el andador y disparó los proyectiles cuando estuvo a unos pocos metros. Cuando este cayó al suelo, arrancó la carlinga de cuajo y lanzó al piloto fuera de la máquina. Luego bajó donde estaba él y le propinó un puñetazo tras otro, cada vez con más furia, hasta que salpicó de sangre sus puños.
Con el odio ahogándolo por dentro, se levantó mientras activaba su espada de energía. Miró a su alrededor: los soldados delvanianos ya habían llegado a la superficie y se enfrentaban a los escasos soldados phoenixcianos que habían sobrevivido al primer asalto.
—Malditos seas… todo es vuestra culpa… os mataré… os mataré a todos… ¿¡ME OIS!? ¡OS MATAREMOS A TODOS! ¡NO SALDRÉIS VIVOS DE AQUÍ!

***

Scarlet y María observaban el curso de la batalla desde el ventanal de la misma sala donde hacía unos minutos habían estado hablando con Lyor.
—¿Qué… qué es esta sensación? —rompió la hermana pequeña el silencio—. ¿Qué clase de fuerza… mueve a esos alienígenas para odiarse tanto?
—No lo sé, hermana. Ni siquiera en la guerra contra los humanos había percibido un sentimiento tan… perturbador —después de meditarlo unos segundos, se retiró del ventanal.
—¿Adónde vas, hermana?
—Voy a ayudarlos —abrió la vitrina y sacó su antigua armadura—. Están impidiendo que lleguen hasta aquí por algún motivo, y creo que Lyor tiene algo que ver. No puedo ver cómo mueren defender algo que ni siquiera les pertenece, aunque sea… ilógico. ¿Me ayudas? Hace tiempo que no llevo esto.
Su hermana la ayudó a colocar la antigua coraza.
—¿Llamo a nuestros guardias? —le preguntó mientras cerraba las últimas hebillas.
—No, iré sola.
—¿Y qué hay de mí? Quiero acompañarte.
—María, escúchame —posó una mano acorazada sobre el hombro de su hermana—. Necesito que te quedes aquí. No creo que me pase nada, pero en el caso contrario… me gustaría que quedase alguien de nuestro linaje para guiar a nuestro pueblo. Sólo te pido que esperes hasta que termine todo.
María frunció el ceño, claramente en desacuerdo con su hermana. Luego suspiró ligeramente con resignación.
—De acuerdo. Ten cuidado.
Scarlet dibujó su típica sonrisa maliciosa.
—Deberían tenerlo ellos.

***

Un piloto delvaniano que controlaba su andador por los restos del campamento vislumbró una figura emerger volando del edificio situado a varios cientos de metros del campo de batalla. Giró la unidad mecanizada para tener una mejor visual de aquella silueta desconocida.
—¿Qué dem…? ¡Tengo contacto con una figura no identificada! ¡Se acerca a gran velocidad hacia…!
La sombra aterrizó sobre el Honos y lo partió en dos con un estruendo. Los delvanianos que estaban cerca de él dieron media vuelta, atónitos por lo que acababa de ocurrir. Con una rodilla hincada en el suelo y mientras caían los restos del andador a sus lados, unos ojos escarlatas elevaron la mirada del suelo.
—Desapareced.
Después de pronunciar estas palabras, creó una onda de choque que hizo desaparecer a todos los delvanianos en cien metros a la redonda. Luego desenfundó una vara, activó con un mecanismo oculto su arma, un aro de metal pálido de doble filo, y buscó a sus siguientes víctimas. No le llevaría mucho tiempo.

***

Abatió con un corte limpio al último guerrero de armadura blanca y, al ver que no quedaba nadie más en pie, desactivó su arma y volvió a colgarla del cinto de su espalda.
Echó un vistazo a su alrededor: el campo estaba lleno de cadáveres, y no atisbaba ni siquiera un moribundo. ¿Tan brutal había sido el enfrentamiento? Pero para ella, que había vivido durante cientos años, no era una imagen novedosa, y menos cuando había vivido de primera mano una guerra por la supervivencia. Y, aún con todo, no comprendía esa fuerza exterminadora tan viva que permanecía arraigada en los corazones de los hombres y mujeres que yacían a sus pies.
Escuchó un ligero sonido, parecido a un gruñido. ¿Alguien había sobrevivido? Dio media vuelta y siguió la dirección de la que provenía. No pudo evitar sorprenderse al encontrar a Lyor apoyado en la carcasa de una cápsula de descenso. Se aproximó a él a paso ligero.
—Lyor —pronunció su nombre al llegar a su altura—. Veo que has sobrevivido.
—Qué va… estoy hecho una mierda —dijo entre quejidos, mostrando las heridas de láseres de su tronco—. No me queda mucho tiempo… ¿Ha quedado alguien con vida?
—No, pero tampoco de tus guerreros…
—Mejor que sea así —cortó tajante mientras se quitaba el casco, pues le suponía una molestia es su situación. Scarlet no comprendió aquellas palabras del todo.
—¿Qué insinúas?
—Quiero decir que hemos evitado no sólo que dañen vuestro hogar, sino traer la guerra a vuestro mundo… ¡Joder!
La mujer se acercó a él a examinar las heridas. Eran bastante feas, pero aún había remedio.
—¿Traer la guerra a nuestro mundo?
—No es culpa tuya que no entiendas del todo lo que ha ocurrido aquí, pero he de decirte que… —tosió gravemente—. Todo aquel mundo al que acudimos, ya seamos nosotros o los delvanianos, acaba siendo consumido por nuestra guerra. Yo lo he visto con mis propios ojos… y no podía permitir que se repitiese aquí, no después de vuestra hospitalidad. Ya sabes, por cortesía —pronunció una pequeña risa que fue interrumpida por más toses; un ligero hilo de sangre comenzó a recorrer su mejilla.
—No te preocupes. Puedo sanar tus heridas, sólo tengo que… —de pronto Lyor la sujetó de su antebrazo izquierdo.
—No… no quiero que me sanes… déjame morir aquí.
Scarlet se quedó mirando cómo la sujetaba con fuerza, reafirmando así su deseo, pero seguía sin comprender. Que un hombre deseara tanto su muerte era algo irracional para ella.
—También puedo convertirte, si es lo que deseas.
—¡No! ¡No quiero nada! ¡Ni curarme, ni transformarme en otro ser! ¡Quiero permanecer aquí hasta mi último aliento!
La asía con más fuerza aún, sintiendo la presión de su mano sobre la armadura que la protegía.
—¿Es por algo de tu pasado por lo que deseas poner término a tu vida? ¿Es por lo que ocultas a todos?
—Sí, Scarlet… no tienes ni idea… de lo que está pasando ahí arriba, por encima de los cielos de tu mundo. Hablo de una guerra entre las estrellas de las galaxias… docenas de planetas como el tuyo… arrasados por la maquinaria de guerra de ambos bandos… y millones de vida desperdiciadas… la guerra me convirtió en el monstruo que fui y soy ahora… y nos ha cambiado a todos… he hecho cosas que no quiero siquiera pensarlas… a causa de ese maldito conflicto… pero aquí tengo una oportunidad… para librarme de él de una vez por todas… antes de que vengan los nuestros a buscarnos… aquí podré morir sabiendo que, por lo menos, hice algo correcto… al evitar que tu mundo caiga bajo el fuego cruzado… y así podré limpiar… mi alma.
Scarlet guardó silencio unos segundos. Era demasiada información que asimilar en una situación tan dramática, y que además no comprendía. Tomó aire lentamente.
—En ese caso… ¿Quieres que termine con tu sufrimiento y con tus tormentos?
—Sí… como mi última voluntad… cuando vengan nuestras naves y vean que no hay nadie a quien rescatar, recogerán nuestros cuerpos y se marcharán… y os dejarán en paz —se arrimó todo lo que pudo a Scarlet—. Asegúrate de terminar tu trabajo… no quiero volver ahí arriba… vivo.

La vampira asintió con la cabeza. Lentamente, cogió con su mano derecha por la nuca a Lyor y levantó su cuerpo con cuidado. Luego, se aproximó a su cuello. Se tomó unos segundos para mentalizarse, pues hacía tiempo que no hacía algo así, y el hecho de que la víctima fuera un ser venido de otro planeta dificultaba mucho el proceso. Después, abrió su boca, mostrando sus característicos colmillos afilados, y los ensartó en el cuello del comandante. Al recibir el golpe mortal, Lyor se aferró instintivamente a ella, pero no realizó ningún movimiento defensivo. Pudo sentir cómo lo que quedaba de la vida de aquel hombre era absorbida por ella. Finalmente, sus manos dejaron de aferrarse a ella, y descendieron inertes.

Scarlet volvió a alejarse de él con un fino hilo de sangre recorriendo su mejilla derecha. Siguiendo las antiguas tradiciones humanas de su mundo, cerró los ojos del comandante con precaución y se levantó. Se secó la sangre con el dorso de su mano acorazada y la observó detenidamente: era tan roja como la suya. No pudo evitar sentir lástima por aquel hombre. Pero esa lástima que pesaba en su cabeza fría pronto fue sustituida por una gran intriga acerca de lo que le había contado. Sentía una necesidad irrefrenable de saber qué estaba ocurriendo más allá de los límites de su mundo, a pesar de las palabras sombrías del hombre. Estaba determinada a dar ese paso, a pesar de ser precipitado.
—¿Hermana? —era María, que acababa de llegar al lugar escoltada por dos guardianes—. ¿Qué has…?
—Fue su última voluntad. Rechazó cualquier medio para salvarse…
María la miró confusa.
—¿Qué sentido tiene el no querer vivir?
Scarlet levantó la mirada al cielo. “La guerra en las estrellas”, pensó ensimismada.
—No lo sé, María. Pero voy a averiguarlo. Necesito saber qué secretos esconden las estrellas más allá de nuestro mundo.
—¿Todo por las palabras de un ser de otro mundo? —María la cogió de la mano—. Sabes que te quiero más que nada en el mundo, y no soportaría verte marchar, y menos por una aventura tuya. Es una decisión muy precipitada.
—Lo sé, María… pero tengo que hacerlo. No es sólo por capricho mío. He de conocer el porqué de ese odio tan destructivo que los mueve. Si logro descubrir la naturaleza de este, quizás pueda evitar que nuestro mundo sea invadido por ellos, o incluso hallar la clave para detener esa supuesta guerra de la que tanto me ha hablado y tanto daño a causado —se volvió hacia el cuerpo Lyor—. Quizás así descubra qué fue lo que consumía a aquel hombre y a todos los seres que yacen aquí. Si lo piensas, lo hago por un bien mayor.
—¿Y cómo sabes si deberíamos entrometernos en sus asuntos?
—No lo sé todo, hermana, pero ya lo he hecho una vez habiendo ellos irrumpido en nuestro hogar. Ahora me tocaría ir a mí a sus mundos.
—Y supongo que tendrás pensado cuándo marcharte…
—Sí, hermana. Todo lo que hay que hacer es esperar.
Scarlet volvió a mirar al cielo. Tarde o temprano, alguna nave phoenixciana acudiría a su planeta. En ese momento tendría la oportunidad. Se imaginó en la infinidad de planetas diferentes que habrían más allá, pero una guerra que englobara tantos como decía Lyor… la mera idea de algo así era terrible, aunque para ella era una concepción absurda, imposible, y no creía que fuera a ver nada que no hubiese visto en sus cientos de años de vida. Pero tampoco podía descartar la posibilidad tan a la ligera. Si era cierto que existía un conflicto de tal magnitud, las víctimas deberían ser incontables… ¿Cómo era posible que algo tan atroz pudieran llevarlo a cabo unas razas claramente superiores? No le encontraba sentido, pero para responder a dichas preguntas tendría que ver todo aquello con sus propios ojos… y encontrar su remedio, si acaso existía. Sonrió levemente al pensarlo. . Un nuevo horizonte se mostraba ante ella, y sin duda sabría cómo desenvolverse en todo aquello.

—“Al fin y al cabo, si quiero tener algo, lo obtendré”.

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