martes, 28 de noviembre de 2017

OXÍMORON, relato nº 3. José Vte.


OXÍMORON

Las primeras páginas de toda la prensa salmón traían la noticia: “El conocido empresario valenciano Ángel Farina encontrado muerto, de varios disparos, en una suite del hotel de lujo Palau de la Mar”. 

Hacía años que la economía estaba viviendo en España una etapa desconocida. El boom inmobiliario hacía de locomotora del resto de los sectores productivos y comerciales. “Una borrachera”, según se comentó por analistas objetivos. Durante los primeros años, muchos vieron crecer, exponencialmente, sus ganancias. No sólo empresarios, también particulares; todos querían invertir (especular), cada uno en la medida de sus posibilidades, en “el ladrillo”.  

Pero, la burbuja se pinchó. Y llegó “la resaca”. Era inevitable. Hubo numerosos negocios fallidos y cuantiosas pérdidas, que produjeron el hundimiento de miles de empresas y de familias.

Unos pocos, los llamados “tiburones”, como Ángel Farina aprovecharon la situación para enriquecerse a costa de los que tenían dificultades. Con maniobras al límite, o fuera, de la ley, y con una ausencia total de escrúpulos vieron crecer sus ganancias, al tiempo que hundían, definitivamente, a los que intentaban sobrevivir. Muchos vieron en la actividad de Farina el típico comportamiento mafioso.  Su frase predilecta era un oxímoron: “No hay mayor quietud que la del ojo del huracán”

Los hermanos Crespo, poseedores de una pequeña empresa, heredada de su padre y éste, a la vez, de su abuelo, engrosaron la lista de víctimas de Farina. A su padre, la ruina de la compañía, prácticamente le costó la vida (cáncer sobrevenido), y el hermano mayor, Julián, fue advertido, mediante un “accidente”, de hasta dónde estaban dispuestos a llegar, si se enfrentaba al cacique.

La peor crisis, nunca conocida, seguía haciendo estragos. Los jóvenes que terminaban sus carreras veían la imposibilidad de encontrar trabajo, especialmente, los recién licenciados arquitectos e  ingenieros. Este era el caso de Bárbara, había terminado, brillantemente, sus estudios de arquitectura y no tenía trabajo; se había cansado de enviar curriculums, sin éxito. Una tarde, recibió la llamada de Teresa, una amiga, diciéndole que la empresa donde trabajaba estaba haciendo negocios en Rusia, Qatar, Dubai, Abu Dabi ... y  necesitaba contratar a un arquitecto.

—Con lo brillante que eres y con la buena presencia que tienes (es muy importante aquí) seguro que el puesto es tuyo.

Efectivamente, la amiga de Bárbara no se equivocó en el pronóstico. Y Bárbara no pasó desapercibida. Ángel Farina, el mayor accionista del Grupo, no tardó en fijarse en las cualidades de la chica y pronto la situó cerca, tan cerca que estaba “al alcance de su mano”. Bárbara recordó la advertencia de Teresa:

—El gran jefe es adicto al sexo, ten cuidado.

Trabajar, casi codo con codo, con Farina, hizo que la relación entre ambos se estrechara: Comidas de trabajo, reuniones que terminan tarde, algún  viaje ... propiciaban el acercamiento. Él era un hombre maduro, tenía sex appeal, según las chicas de la empresa; la erótica del poder, quizás. Bárbara era una mujer inteligente y eficaz, y por ello, o a pesar de ello, muy atractiva. Era inevitable que sucediera. Los encuentros se producían en hoteles de lujo, normalmente entre semana, en la propia ciudad, y también en algunos fines de semana, en los que él escapaba del hogar familiar, con la excusa de reuniones de negocios.

Ángel enviaba a Bárbara un whatsApp con el número de habitación y ella, discretamente, acudía, evitando ser vista. Ese era el método habitual.

Esta vez, el encuentro sería en el hotel Palau de la Mar, en Navarro Reverter, y la habitación, la Suite Presidencial.

—Mañana cumplimos seis meses, Bárbara, quiero que sea un día muy especial.

—Sin duda lo será, Ángel. Cuenta con ello.

Los hermanos Julián y Pedro Crespo estaban comentando la noticia, la gran  noticia: el sorprendente suceso, el asesinato del “empresario” Ángel Farina.

—¡Cómo que empresario! Un gangster de los negocios, eso es lo que era ese hijo de puta. Se lo tenía merecido. ¡Al final parece que hay justicia divina!

—No blasfemes Pedro. La justicia divina es misericordia.

—Eres demasiado bueno Julián. No se puede ser así. Tú, precisamente, que le debes a ese cabrón estar en silla de ruedas para el resto de tu vida.

—Cálmate Pedro, por favor, que mi hija estará al caer, ya sabes que me pidió que estuvieras tú presente porque tenía que darnos una gran noticia. Hace más de seis meses que no sé nada de ella, supongo que será relacionado con el trabajo que consiguió en una de esas empresas emergentes.

La entrada de Bárbara Crespo, en la pequeña vivienda, casi interrumpe las últimas palabras entre los hermanos.

—¡Lo he hecho! ¡Le he matado!

Ellos responden, al unísono, con una mezcla de incredulidad y pánico.

—¡Qué dices que has hecho, Bárbara, por Dios!

—He hecho justicia. He acabado con el monstruo. ¡Ya no podrá hacer más daño! No sabéis lo tranquila que me he quedado. Como él decía: “No hay mayor quietud que la del ojo del huracán”.


Los medios informativos llevaban todo el día haciendo especulaciones sobre el suceso. Según el digital Valencia Plaza, “fuentes bien informadas sostienen que la policía sospecha que detrás de esta muerte puede encontrarse la mafia rusa”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario