Cambios en el espejo
El espejo le devolvía siempre la
mirada. Se empapaba de su estado de ánimo y se lo transmitía. Ella era una
chica alegre, apasionada, que nunca se estaba quieta. Muchas veces se miraba en
él cargando con su guitarra justo antes de salir por la puerta, siempre de
camino a algún ensayo o a algún concierto.
La música era su vida. A los seis
años había cogido la guitarra de su tío para hacer el tonto y desde entonces no
la había soltado. Su tío le había enseñado a tocar y eso les había unido mucho
y más aún después de la muerte de sus padres en un accidente; cosas que pasan.
Se tenían solo el uno al otro. Estudió en el conservatorio y allí encontró a
grandes amigos, que se convirtieron en parte de su banda. Y, a pesar de que en
su vida no faltaban momentos llenos de melancolía y soledad, se consideraba una
persona feliz y optimista. Pero de repente, eso cambió.
Se miraba en el espejo y ya no se
reconocía. Ese espejo que le había devuelto sonrisas, guiños, miradas
seductoras antes de salir de fiesta. Se quedaba parada frente a él con un nudo
en el estómago, preguntándose en qué se había convertido. Y tenía miedo.
Llevaba casi cinco años saliendo
con David, se veía a sí misma con él en un futuro infinito. Pero al parecer él
no pensaba lo mismo, o eso le dijo: que se habían acomodado, que necesitaba
aire porque se ahogaba, que ella era genial pero no era la mujer de su vida…
porque resultaba que la había conocido, a la mujer de su vida. Y se fue, sin
más. Ella nunca había sido de líos de una noche, solo había estado con él, pero
cuando la dejó, decidió cambiarlo. Por qué no, después de cinco años se merecía
algo de diversión.
Al pasar por delante del espejo,
evitó mirarse. Siempre había tenido una idea de quién debía ser, siempre había
sabido qué hacer. Hasta ese momento, en el que el miedo se apoderaba de ella. No
había hablado con su tío en semanas, no podía. Y cuando sus amigos le
preguntaban cómo estaba, ella cambiaba de tema. No es que estuviera mal, es que
no sabía cómo sentirse.
Pasó por delante de una tienda de
ropa de bebés y decidió entrar. Se le aceleró el pulso al ver todos esos
zapatitos tan diminutos. De repente, se paró en frente de un mostrador con algunos
objetos que no supo reconocer.
- Es un sacaleches – le dijo la dependienta
sonriéndole.
- Ah… - respondió ella ruborizándose.
- Es un engorro despertarse de noche por el dolor
de pechos cuando se acumula demasiada leche.
- Anda, nunca lo había escuchado…
Llegó a casa cargada con una
bolsa. Se vio reflejada en el espejo y sonrió. Puso las nuevas adquisiciones
sobre la mesa. Un chupete, un babero y el sacaleches. Suspiró y decidió llamar
a su tío. Tomó un café con él y, al volver a casa, se paró delante del espejo y
se acarició el vientre. Todas las dudas desaparecieron y se sintió bien. Ya no
tenía miedo, porque ahora en ese espejo ya no estaba solo ella. Ahora en ese
espejo eran dos.
Julia Sanchis Moratal
No hay comentarios:
Publicar un comentario