domingo, 26 de noviembre de 2017

LA HUÍDA. José Vte.

RELATO Nº 2
LA HUÍDA

Son inmigrantes. Huyen de las persecuciones religiosas, sociales, económicas, étnicas ... Ellos saben que llevan algún tiempo de ventaja sobre sus perseguidores, ¿pero, conseguirán entrar en el país de acogida? ¿Tendrán que pasar, allí, por algunos de los sufrimientos de los que escaparon?

El miedo a ser alcanzados por sus muchos enemigos, hace que sus corazones repiquen angustiosamente. En ese caso, tienen la certeza de que sus  vidas serán segadas de un tajo, significará su muerte (a veces anhelada) y el fin de su viaje.

—¿Cómo te encuentras? ¿Sigues con dolores?

—No te preocupes, estoy bien. Sigamos adelante, no podemos perder tiempo.

La mujer, aunque lo disimula, lleva días imposibles de soportar, sólo la esperanza, y a veces, la desesperanza, hacen que se mantenga firme (a los ojos de los demás).

Por fin llegan a territorio amigo. Recorren varias poblaciones en busca de refugio, pero la avalancha humana es tan grande que no consiguen encontrar un sitio para, por lo menos, pasar la noche.

Es casi madrugada en una fría noche de Diciembre, cuando consiguen encontrar acomodo en un escondido e insignificante villorrio. El cansancio y la inquietud, soportados durante el viaje, hacen que caigan en un profundo sueño.

La aurora del nuevo día permite abrigar una incierta esperanza. Durante el día son visitados por humildes nativos que, sin apenas recursos, los acogen con muestras de sorpresa y de alegría, pues es inusual la llegada de forasteros. Sin embargo, concienciados de su propia y certera indigencia, socorren y ayudan, con total generosidad,  a los recién llegados.

Cuando cae la noche, unos misteriosos visitantes se acercan al poblado y, sin dificultad,  encuentran el refugio. Irrumpen en la estancia, quebrando lo que segundos antes era apacible quietud. El terror y el silencio se apoderan de los acogidos, que cruzan miradas de angustia. El recién nacido se despierta y estalla en un sonoro llanto.

Los tres, se acercan a la cuna, miran complacidos su interior y, después, se dirigen a la madre. El primero de los visitantes, inclinándose, le entrega un sacaleches, artilugio poco conocido, que, según dice, procede de la China milenaria.

—Te será muy útil, aunque al principio te parecerá algo molesto.

El segundo, repitiendo algo parecido a una reverencia, levanta en sus manos un precioso espejo, con adornos de marquetería.

—Es de Samarkanda, te mostrará tu magnífica belleza. Es el único espejo capaz de reflejar la belleza interior de las personas.

El tercero, casi con un susurro, explica que vienen de lugares remotos: Shambhala, Macondo y Yoknapatawpha,

—Hemos coincidido en las llanuras de la antigua Mesopotamia, los tres seguíamos una estrella que, finalmente, nos ha traído aquí.

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