jueves, 16 de noviembre de 2017

DE MIEDOS, SACALECHES, ESPEJOS Y OTROS SUEÑOS. Chris Connor.

Resultado de imagen de bebé

Tras un último beso, la puerta se cerró.
Sara no se sintió vacía como en otras ocasiones. Sin embargo, se notó extraña, muy acelerada. Trató de serenarse y ponerle nombre a lo que sentía. No lo conseguía.
Cerró los ojos y pensó en su relación.
Durante años los dos habían compartido los apenas sesenta metros de su domicilio, y poco más. Alguna vez llegaron a salir a la calle para tomar un bocado rápido, pero, lo cierto es que nunca habían sido excepciones realmente memorables. Las prisas y el disimulo borraban cualquier atisbo de, ya no romanticismo, sino de al menos, diversión. Él tenía miedo a que los descubrieran. Miedo a construir algo más allá de las cuatro paredes del dormitorio. Miedo, en suma.
Así que lo usual era ceñirse a la cama. A sus cuerpos. A la pasión.

Hoy más que nunca sentía el paso del tiempo. Acercándose al espejo, se miró. En los últimos meses su cuerpo estaba experimentando cambios y no precisamente a mejor. Su cabello lucía seco y quebradizo. Hacía unos días hubo de cortar su preciada melena más de lo que hubiera deseado. También su piel parecía ajada, todos los días se aplicaba una loción hidratante noche y día. Y así podría seguir con pequeños detalles como dolor de riñones al despertar, falta de sueño e irritabilidad… aunque lo más desconcertante fue descubrir que su rodilla derecha crujía.
Sí, era cierto. No se trataba de imaginaciones suyas. Chirriaba al subir las escaleras.
Esperó unos días para ver si aquel molesto soniquete cesaba por sí solo. Pero no. Ni aumentó, ni bajó el volumen. Simplemente, se quedó allí, con ella, acompañándola en los escalones.
Frustrante.
Por supuesto, consultó a su fisioterapeuta, quien le aseguró que se trataba de falta de líquido, nada más. Incómodo, desde luego. Pero no nocivo.

Pero lo peor de todo fue que hacía unas semanas que no le bajaba la regla. En los últimos años había experimentado tanto retrasos como adelantos. Y ahora se sentía rara. Como si su cuerpo le estuviera tratando de decir algo.
Su mente, últimamente se dispersaba hacia la idea de tener un bebé. Trataba de calcular los artilugios necesarios para un recién nacido: sacaleches, cunas, pañales y demás. Divagaba acerca de pedir una excedencia o no en el trabajo. Pero lo que tenía claro, es que sería una decisión unilateral. Él no participaría. Estaba segura.
En fin, que todo aquello era pensar por pensar.

Sin embargo decidió que, de aquella mañana, no pasaba. Ya estaba bien de demorarlo.
Fue a la farmacia. Compró el aparato para hacerse una prueba de embarazo. De lo más moderno, incluso era capaz de calcular el número de semanas de gestación - en el caso de que estuviera embarazada- con apenas unas gotas de orina. ¡Se acabó la era de las rayitas rosas que tantas confusiones provocaron!
Volvió a su casa. Orinó. Aguardó. Y leyó en la pantalla del artilugio el resultado: NO EMBARAZO.

Lo esperaba, aún así no pudo evitar cierta tristeza.
En el fondo, había deseado leer otras palabras en aquella pantallita.
Respiró hondo y repasó los pros y los contras de una decisión de aquel calibre.
Sonrió y se permitió soñar despierta.
Sí, lo veía ante ella. Un sonrosado bebé que le hiciera carantoñas.
¿Y por qué no?
Ahora bien, debía de ser organizada. Asegurarse de que aquello no se trataba de algún tipo de pólipo o quistecillo que le impidiera su flujo mensual.
Sara era una mujer responsable, así pidió cita en el ginecólogo.

Fue a la consulta, y tumbada en la camilla, con las piernas abiertas ante el médico, dio detalles de sus recientes dolencias. Mientras, él hacía una ecografía de su útero sin perder detalle de otra pantalla.
El hombre la miró compasivo cuando ella le preguntó si habría algún problema en dejarse las pastillas anticonceptivas y buscar el embarazo. Mostró en la pantalla algo que para ella resultaba del todo indescifrable, habló algo sobre la falta de óvulos y le aseguró que aquello sería imposible, pues se hallaba en un proceso natural, y, aunque la media de edad para la retirada de la regla eran cincuenta años, había mujeres a las que le sucedía antes y otras a las que después. Y a ella, pues le había tocado temprano, no cabía duda. De ahí la sequedad de la piel… y los desarreglos hormonales.
Sara quedó paralizada. Con apenas un hilo de voz le dijo:
- Eso es imposible
El hombre le sonrió con indulgencia, y contestó:
- Relájese. Todo esto pasará, al fin y al cabo, la madurez también puede ser interesante.
Entonces le guiñó el ojo y anotó en una receta el nombre de una combinación de isoflavonas con salvia. Se la entregó como haría un padre con su hijo travieso.
- Ande, tome, para que pueda descansar.
Entonces Sara, cerró los ojos y dejó de soñar.





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