El espejo estaba en la pared, enfrente de Blanca, quien lo contemplaba detenidamente. Cuando su madre murió, esta le dejó como una única herencia esa pieza victoriana que tantos detalles tenía grabados. Era cierto que en un principio no le había hecho mucha gracia, pero suponía que algún significado tendría ese pequeño tesoro. Se levantó de la cama, acercándose más para ver mejor sus detalles. De cerca, se podía apreciar que el relieve que tenía eran flores y enredaderas, que convergían en un mismo punto en la parte superior del mismo. Mientras Blanca lo admiraba, recordaba lo que el ginecólogo le había anunciado esa misma mañana: nunca podría tener hijos. Aunque todo había empezado como una revisión periódica y ella no había siquiera considerado tenerlos antes, el hecho de que ya no pudiera era devastador. Porque sí, quizá de haber cabido la posibilidad no habría sido madre, pero al menos le hubiera gustado disfrutar de que esa puerta estuviera abierta. De hecho, desde el diagnóstico no podía parar de pensar que quería un hijo, y cada vez sentía que ese deseo era más fuerte. Interrumpiendo sus cavilaciones, el espejo se iluminó de forma tenue. Sorprendida, se alejó velozmente, golpeándose por el camino el dedo meñique del pie con la pata de la cama. Al contrario de lo que podría parecer, no sintió nada, lo que la extrañó.
Pensó que era ridícula al haberse asustado por un simple reflejo, algo más que común. Sin embargo, no era solamente eso, y el espejo se lo mostró a la mujer de mediana edad emitiendo más luz de lo que parecía razonablemente posible y murmurando débilmente su nombre.
Blanca miró a través de él, intentando descubrir si eso estaba pasando o eran imaginaciones suyas. Lo que vio la dejó estupefacta: era ella misma, solo que mucho más mayor. Estaba en la cama, llorando desconsoladamente, más triste de lo que se había visto jamás. No supo cómo ni por qué, pero sabía que estaba siendo testigo de lo que pasaría años después. Tras pasar más de una hora siendo la espectadora de sus propios llantos e intentando averiguar el motivo de su aflicción, la imagen se difuminó hasta dar paso a otra muy distinta: ella en una perrera escogiendo una mascota que le hiciera compañía en los peores momentos. Con la visita, casi todos los animales, a excepción de uno, estaban entusiasmados. Pero su futuro yo no se fijó en ellos, sino en el cachorro solitario que no hacía ruido. Vio cómo lo cogía en brazos cuidadosamente y se lo llevaba lejos de ahí, dándole al fin un merecido hogar. Comprendía lo que estaba haciendo con esa acción, y no le parecía mal elegir la compañía de un pequeño animal ante la soledad que había derivado de su infertilidad. Así como la imagen vino, desapareció, y después de difuminarse al igual que la anterior vez, vino una nueva. Esta era la de Blanca muy poco más mayor de lo que estaba en la actualidad, sentada en el aseo y esperando impaciente a ver lo que ponía el test de embarazo al que se acababa de someter. Era como si se materializaran los pensamientos que había tenido por la mañana. Tenía la intención de intentar ser madre pese a todo, era consciente de que, algunas veces, personas consideradas infértiles pueden tener hijos milagrosamente. Cuando sonó la alarma del móvil que la futura Blanca se había puesto para saber que era la hora de conocer su destino, la imagen se movió de nuevo y dio paso a una cuarta.
De este modo, la mujer quedó inmersa en una espiral de presagios, enganchada al futuro. No podía parar de mirar el espejo que le anunciaba su porvenir, que la evadía de su inmediata realidad, y así pasó años. Años en los que no salía de casa, y su puro entretenimiento era ser espectadora de su propia vida. Fue así hasta que salió un día a recoger un paquete que le había llegado por correo, y, al regresar, el espejo ya no mostraba nada más que lo que reflejaría uno normal: una mujer mayor sentada ante él con la mirada perdida. Era como si este hubiera cambiado su presagio de la vida de Blanca, como si supiera que lo que vendría sería una sucesión de momentos idénticos en los que ella esperaría para siempre que se le mostrara de nuevo lo que pasaría.
Como cabía esperar, ella no estaba conforme con la idea de renunciar a su entretenimiento, porque, en el fondo, sabía que el motivo que la retenía en esa posición infinitamente era el miedo a vivir. Ese miedo que la consumía por dentro a causa de su pavor a tomar decisiones y equivocarse, a formar su propio futuro. Fue ese terrorífico sentimiento el que la llevó a romper la pieza victoriana en mil pedazos tirándola contra el suelo. El estruendo fue más que considerable, y todos los rincones de la habitación quedaron cubiertos por pequeños trozos de cristal. Sus propios pies se cubrieron de estos trozos, algunos de los cuales le causaron cortes. Pese a todo, Blanca no sintió absolutamente nada.
··················································································
Blanca abrió los ojos, impactada por los pensamientos que había tenido tras haberse desmayado por el dolor. Era cierto que siempre había tenido un poco de respeto a la toma de decisiones, pero no sabía que su subconsciente tuviera tan mala imagen de ella. También tenía que admitir que muchas veces, por no tomar una decisión a tiempo, se había perdido gran cantidad de buenas experiencias. De todos modos, aquello era agua pasada, y se alegraba de haber empezado a tomar las riendas de su vida tiempo atrás. Gracias a ese colosal cambio de actitud, había llegado a ese instante, el más feliz de su vida. Vio que el espejo que se encontraba frente a la cama estaba reflejando la silueta de un sacaleches azul.
Un enfermero entró a la habitación en la que estaba hospitalizada con un bebé entre los brazos, sacándola de su sorpresa, y le dijo:
- ¿Quiere conocer a su hijo?
- Por supuesto -respondió ella, con lágrimas de euforia que habían acudido a sus ojos en cuestión de milésimas de segundo-.
Al sostener cuidadosamente a lo que sería lo más feliz de su vida, Blanca se dio cuenta de que en la mesita del lado izquierdo de la cama había un pequeño paquete. Lo abrió, impaciente por saber lo que tenía, y al ver su contenido, sonrió enormemente. Al sacarlo, el sacaleches azul brilló reflejando la luz de los focos de la habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario