lunes, 20 de noviembre de 2017

Alicia a través del espejo

Era primavera en la quinta planta de El Corte Inglés y allí se encontraba Alicia, ojeando las ofertas de televisores de alta gama un sábado a las diez menos cuarto de la noche. Mientras, a su lado, su marido Juan mecía el carrito de bebés donde dormía el pequeño Ángel, un precioso niño de pelo rubio y orejitas siempre sonrojadas.

Solo faltaba un día para el primer cumpleaños del pequeñín y Alicia había decidido celebrarlo absolutamente a lo grande. Hermanos, abuelos, tíos, sobrinos, vecinos… así hasta más de cuarenta personas empezarían a llegar al chalé de la pareja desde primera hora del domingo. Habían sido muchas semanas de preparativos, pero la fiesta iba a ser tan perfecta que se hablaría de ella durante años. Y para asegurarse, Alicia no había dejado ni un solo cabo suelto.

Bueno, casi ninguno. Solo un par de horas antes, tras cerrar al teléfono los últimos flecos con los encargados del catering y desplomarse satisfecha en el sofá, Alicia intentó encender la televisión para descubrir que, contra todo pronóstico, había surgido un serio y nuevo problema. Su flamante y legendaria televisión de 60 pulgadas, el orgullo de la casa hasta la llegada del bebé, había muerto.

Así que allí estaban, a escasos minutos de que cerraran los grandes almacenes, escogiendo in extremis la televisión más grande, pero económicamente viable, que cargarían, montarían y configurarían esa misma noche. Todo para el goce, disfrute, envidia silenciosa o halago con retintín de cuantos mañana acudieran a su casa.
– Y lo cierto es que ha sido hasta un golpe de suerte – pensaba Alicia para sus adentros.

Tanto se emocionó con sus pensamientos que al pasar por delante de un espejo las vio. Dos enormes manchas húmedas en sus pechos que no dejaban lugar a la duda. Alicia corrió hacia el carrito de Ángel, y mientras se tapaba con un brazo rebuscaba desesperada en el bolso con el otro. Juan le preguntaba qué pasaba y si podía ayudarle, pero Alicia ni escuchaba ni razonaba, solo buscaba frenéticamente mientras su pecho se humedecía cada vez más y más, hasta que la humedad rebosó y comenzó a bajar por los laterales de su vestido.

- ¡El sacaleches Juan! ¡Dónde has puesto el sacaleches!

Juan, entre sorprendido y asustado contestó:

- Cariño… eh… esto… creí que lo cogías tú.

Alicia paró en seco de buscar, y comenzó a erguirse lentamente mientras sus ojos penetraban a Juan con la mirada. Un profundo silencio pareció descender sobre la quinta planta de El Corte Inglés. Pero solo lo pareció. A los pocos segundos una voz por megafonía anunciaba el cierre de los grandes almacenes, agradeciéndoles la visita y conminándoles a que volvieran otro día.

La mañana del domingo llegó, y tal y como Alicia predijo, la fiesta del primer cumpleaños del pequeño Ángel fue recordada y narrada durante años por hermanos, abuelos, tíos, sobrinos y vecinos. Hoy en día, todavía se habla de aquel comedor con muebles destrozados, los cortes y magulladuras en la cara de Juan, la ambulancia y los policías… y muy especialmente, de lo más curioso y que nadie jamás supo explicar:


Cómo pudieron acabar los restos de un viejo televisor de 60 pulgadas en lo más alto del tejado de un chalé de dos plantas con buhardilla.

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